No hablan.No se mueven.No seducen.
Y sin embargo, todos las miran.
En la costra gris de la ciudad, donde el río se aleja y el deseo se esconde entre cables,
ellas permanecen pálidamente blancas, húmedas, inalcanzables.
Talladas como si aún brotaran del agua.
Como si el mármol recordara lo líquido.
Pero claro que como símbolo de una época que remite a un altar de la alta cultura europea, olvidada, cubierta por un velo invisible llena de hollin.
Nadie les deja flores.
Nadie se arrodilla.
Nadie las reza.
Y sin embargo cuando alguien pasa cerca
hay un instante de detención..
Tal vez un parpadeo más lento.
Un paso que se afloja.
Una sombra que vacila.
No es belleza lo que detiene.
No es solamente eso, no alcanza ese sentido.
(((Un eco.)))
Algo de lo que está perdido,
pero no muerto.
Ellas no son sólo nereidas.
Son cuerpo ofrecido.
Son anuncio.
Y son umbral.
La que nace con pensamiento, se eleva en el centro
no sonríe.
Y Tampoco teme.
Sabe que es mirada y no se protege.
Y eso desconcierta.
Los hombres se quedan un segundo más.
Las mujeres intuyen algo que no quieren explicar.
Los niños, a veces, se acercan sin miedo.
La ciudad no les habla.
No les canta.
Las empolva con su tierra
las olvida en mapas,
las ignora en los discursos.
Pero ellas siguen ahí.
Y en ciertas noches cuando hay humedad espesa, lluvia aproximada
y nadie más camina por ese boulevard cotidiano
puede verse algo que no figura en ningún libro:
una gota que cae donde no hay lluvia.
Una mano de mármol que parece latir.
Un perfume de agua salada en una ciudad que ya no huele a mar.
Entonces alguien, alguno
gira el cuello sin saber por qué.
Y por un segundo,
el mundo calla.
Porque nadie les habla.
Pero todos,
la miran.
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