Nada se rompió del todo, pero nada encaja del mismo modo. Te levantás un día y lo que antes te entusiasmaba ya no te mueve. Lo que creías seguro ahora se siente incierto. Las preguntas se multiplican y las respuestas, si llegan, parecen ajenas. No sabés si estás avanzando, estancado o simplemente girando en círculos.
A eso algunos lo llaman crisis. De edad. De identidad. De sentido.
Pero tal vez sea solo una parte más del crecimiento: ese momento incómodo en el que la piel vieja ya no abriga y la nueva todavía no se formó.
Vivimos en un mundo que nos empuja a tenerlo todo resuelto. A cierta edad "ya tendrías que": tener pareja, tener hijos, tener casa, tener éxito. Como si hubiera un mapa que seguir. Como si estuviera mal desviarse, cambiar de idea o detenerse a sentir.
Pero no hay un momento exacto para entender quién sos ni qué querés. No hay una edad perfecta para lograr lo que soñás. A veces, encontrar tu ritmo implica desafiar el que te impusieron. Y eso duele, porque te deja solo frente al espejo, sin manual ni referencias.
La presión es real. Las comparaciones, inevitables.
Y en medio de todo eso, lo más difícil puede ser aceptarte en transición. No estar ni en el antes ni en el después. Solo ahí, procesando. Sosteniéndote.
Pero hay algo profundamente valioso en permitirte ese estado. En no apurarte. En entender que crecer también es desordenarse, vaciarse de lo que ya no va, y construir desde otra verdad.
No estás perdiendo el rumbo. Estás dejando de seguir uno que no era tuyo.
La crisis no es el fin de nada. Es, muchas veces, la forma que tiene la vida de preguntarte si lo que estás haciendo sigue teniendo sentido. Si lo que perseguís te representa. Si lo que sostenés es tuyo o prestado.
Y cuando esas preguntas se hacen presentes, no siempre hay que responder de inmediato. A veces basta con escucharlas. Con darte el tiempo. Con no juzgarte.
No sos menos por no tener certezas.
No sos tarde por no haber llegado.
No sos débil por necesitar parar.
Sos humano.
Y todo lo que estás sintiendo —la confusión, el miedo, el cansancio— es parte del camino hacia algo más honesto.
No te exijas ser claro cuando todo adentro se está reorganizando.
No te exijas brillar cuando apenas estás aprendiendo a sostenerte.
En esas crisis silenciosas, cuando nadie ve lo que te pasa, se teje una fuerza distinta: una que no grita, pero sostiene. Una que no impresiona, pero transforma. Una que te reconstruye desde el fondo, pieza por pieza, hasta que vuelvas a reconocerte.
No estás fallando. Estás creciendo.
Y aunque hoy no veas el final, aunque todo se sienta borroso, esa niebla también pasará.
Porque lo que duele ahora, mañana puede ser claridad.
Y lo que hoy te pesa, puede volverse impulso.
Permitite estar donde estás.
La dirección importa más que la velocidad.
Y vos, aunque no lo parezca, vas en camino.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión