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Naturaleza humana y las sombras de la esperanza

Oct 16, 2024

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Naturaleza humana y las sombras de la esperanza
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Nuestra idea de moralidad, como seres humanos, siempre estuvo sujeta a muchos aspectos; quisimos ser ejmplos de lo que creímos correcto y cuando nos dimos cuenta del poco valor que tuvo entonces y el poco que tiene ahora, nos retractamos rápidamente, presurosos a poder desdecir lo que alguna vez creímos fervientemente.

Por muchas razones nadie culpó a sus propias sombras cuando decidieron darse cuenta de que eran reflejos en el piso dependientes de algún haz de luz errante que se diera a la fuga hacia su dirección. Porque incluso en lo más desconocido de nosotros mismo tomamos consenso intentanto darle alguna clase de sentido.

Cuando se le escapó la sombra al sereno y echó a correr por el valle, nadie estaba sorprendido; mucho menos lo estuvieron cuando supieron que las suyas propias planeaban hacer lo mismo.

Cuando la sombra del sereno empuñó el acero y lo clavó sobre la carne expuesta de aquel que fuera su propio hermano, ninguno soltó una lágrima y, más que horrorizados, se hallaban expectantes, reunidos frente al cadáver, como quien alguna cosa quiere aprender.

Sus propias sombras se hicieron libres y quemaron casas, lanzaron gritos, pisaron cuerpos y cantaron jubilosas.

Sus propias sombras borraron escritos, cerraron ojos, callaron bocas.

Y les miraban sus portadores, tan inconscientes como distantes. Les habían otorgado un poder enorme a aquellas manifestaciones que, hasta hace poco, eran sólo proyecciones de sí mismos.

Alguna vez, balancearon sus cabezas, sintiéndose superiores, o superados. Pero dieron aún más fuerza cuando la sombra del vehemente, sin siquiera haberse liberado, les proclamaba que era justicia y prometía a sus cuerpos cansados que tendrían el mismo cielo del que él gozaba si continuaban.

En la hora que hubo sorpresa, para esos ojos destrozados, secos de lágrimas por sus gritos; cuando en lugar de que sus sombras atacaran a sus hermanos, fue contra ellos mismos que al final el acero empuñaron.

Héctor Rivera

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