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Nadie para decepcionar

Jun 16, 2025

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Nadie para decepcionar
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Nadie para decepcionar

 Una sala con luz tenue. Una mesa pequeña, dos sillones de cuero. Una jarra llena de agua y dos copas. Una grabadora.

Leonora Duvall se acomoda el cuello de la blusa de lino. Lleva guantes de encaje a pesar del calor. El cabello recogido en un rodete tirante, cerrado con una horquilla de plata. Huele a jazmín. 

Mira la sala como si buscara algo.

Lucía hojea sus notas, relee la pregunta que tachó.

─Antes de empezar, gracias por esta entrevista, Leonora. Es un honor conversar con usted. Para nuestra fundación, es importante escuchar a una de nuestras escritoras más celebradas. ─Duvall asiente, como si le concediera algo.

─Desde luego, siempre es importante llevar luz a los lectores. ─ Lucía acusa el golpe, pero sonríe. Enciende la grabadora; una diminuta luz roja parpadea.

─ Su última novela fue calificada por la crítica francesa como “una obra maestra de orfebrería emocional”. ¿Qué cree que la hace tan distinta?

Leonora suspira con el tedio de quien ha respondido lo mismo muchas veces.

─Mis textos nunca han nacido por cesárea. Fueron partos lentos, largos. No están hechos para lectores que buscan una lectura fácil. Mis libros son, usted comprenderá querida, pequeñas piezas de resistencia.

─ ¿Contra qué?

Leonora fija la mirada en Lucía.

─Contra la ignorancia. La vulgaridad, si se me permite.

─ ¿Y eso la hace, digamos… inaccesible para ciertos públicos?

─Inaccesible. El adjetivo de moda. Es más fácil calificar, que leer una oración que sólo pide atención.

─ ¿Podríamos decir que no escribe para el lector común?

─Escribo para un lector digno.

Un silencio se apodera de la sala. Lucía se acomoda nerviosa el cabello. El camarógrafo tose,

Leonora se hace cargo de la pausa.

─Querida, mi última novela habla sobre la mentira, que para algunos es lo opuesto a la verdad. Pero ¿es acaso eso la mentira, lo opuesto a la verdad? Yo creo que no. Lo opuesto a la verdad es la falsedad. Porque, a ver, el que miente sabe la verdad, pero decide ocultarla con algún propósito. Así, uno puede decir una falsedad y no estar mintiendo, porque está convencido de lo que cree. ─dice dirigiendo la mirada al asistente mientras le hace una seña con la mano para que le sirva agua. Toma apenas un sorbo.

─ ¿Usted, cree querida, que este pensamiento está al alcance del lector común? Yo no.

Lucía baja la vista. Acomoda sus notas y encuentra un párrafo de la novela marcado entre signos de admiración.

─ Hace años vive en Francia. ¿No extraña Argentina?

─ No. El país que yo conocí ya no existe─ hace una pausa─. El de los justos, los intelectuales, los que se oponían a la masificación de los cerebros. Ese país fue arrasado.

Lucía alza las cejas.

─Además, volver sería imposible ─añade Leonora─. No sabría cómo enfrentar esta nueva sociedad─ dice, casi para sí, mirando a la nada─. Ya no hay lugar para gente como yo, que busca algo más que lo superficial. Este país no tiene espacio para la reflexión, para el pensamiento. Para quienes creen que pensar… duele un poco.

Por primera vez, la respuesta no parece ensayada. Leonora aclara la garganta.

─En fin─ dice, mientras alisa el ruedo de su blusa─. Nada importante.

Lucía la observa .

─ ¿Y si nadie la está esperando?

Leonora parpadea. Se acomoda el guante mientras acaricia el dorso de su mano.

─Eso sería perfecto. Nadie para decepcionar, querida.

La luz de la grabadora sigue titilando.

Lucía se inclina apenas.

─La última pregunta: si mañana dejara de escribir, ¿quién sería Leonora Duvall?

Leonora se inclina también. Cierra los ojos. Se pasa el dedo índice por la ceja derecha con una fuerza contenida.

─ ¡Qué decepción! ¡Qué obsesión con saber quiénes somos! ─ responde agitando las palmas─. Como si eso nos sirviera de algo.

─Gracias, Leonora Duvall─dice Lucía, mientras hace un gesto para pararse.

─No sirve para nada, preguntarse quién sería uno si dejara de hacer lo único que sabe hacer, querida─ agrega Duvall poniéndose de pie.

Lucía duda entre extenderle la mano o darle un beso. No hace ninguna de las dos cosas.

La grabadora parpadea una última vez.

 

 

 

 

 

 

Silvina Casteller

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