...
Dios te ama.
Esa frase es una especie de eslogan publicitario, y, como tal, está tan vacía como “Lava más blanco”, “¿Te gusta conducir?”, “La chispa de la vida”.
Veamos:
Dios me ama.
Pongamos que es cierto. ¿Y?
¿Qué hace por mí?
¿Qué espera de mí?
Nadie —y digo nadie— ha recibido un mensaje claro e indudable de lo que ese amoroso Dios quiere de una sola persona. Nadie puede mostrar una sola prueba de ese amor generalizado de Dios. No hay nada tras esa rimbombante frase. Nada.
Si Dios ama, ¿por qué un niño inocente en Gaza muere a manos de hombres crueles que se declaran tocados por la Gracia Divina —pueblo elegido—? ¿O es que Dios ama, pero no a los palestinos?
Si Dios discrimina en su amor, ¿soy yo un elegido?
¿Acaso sea que el amor se muestra con el sacrificio y la muerte y es allá, en el seno divino, en su presencia, donde se manifiesta y se goza en plenitud?
Entonces, ¿por qué mi padre y otros ancianos cansados de vivir no son llamados a ese gozo merecido?
Ya sé lo de los inescrutables designios, pero si son inescrutables:
¿Cómo puede nadie afirmar…?
¡Dios te ama!
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