me levanto a las cinco de la tarde
pero nadie pregunta nada,
nadie dice nada.
yo no como en su mesa,
ellos no se torturan la cabeza,
no hay semblantes caídos.
ya no siento la cara donde va,
ni el corazón donde debe latir,
y más que asustarme me disgusta.
qué debería hacer,
si nadie pregunta por qué.
por qué me escucho a lo lejos,
por qué no me río del chiste,
por qué duermo sin descansar.
nadie, ni uno solo.
no me molesta, porque soy cobarde,
no me inmuto con ningún rostro
que no sea el mío frente al espejo.
mi reflejo. mi soneto invalidado.
mi epílogo mal escrito, disfrazado.
pero necesito desdecir lo dicho
cuando pronuncio lo que aflige mi mente,
porque a nadie quiero torturar
con mis discursos vacíos, pero llenos de mí.
y la rutina se mantiene,
pero no todos los días.
a veces me levanto viva y sonrojada,
otras veces se me cuela por los labios
el aire de la existencia, y se queda a vivir
todo el día, aunque deseo que menos cada vez.
pero no importa, porque se hace de noche.
me abruma la luz vecina de la pantalla,
el relato impropio del que no quiero reírme,
y la voz que me empuja a mi muerte, pero es mía.
ya pasaron veinte minutos de la cinco de la tarde,
todavía no hay cuestiones al aire, solo la propia.
a mí sí me carcome la duda, la incógnita maldita,
despreciada y catastrófica, como yo, como mi alma.
y aunque ya salí del cuarto,
no comí, pero me pegué a la pantalla.
y aún nadie dice nada. ni yo.
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