...
Y si hoy no digo nada.
Pues, como si ladro en cingalés.
El mundo sigue su marcha por el espacio tiempo, con el sistema solar, con la galaxia Vía Láctea.
Los que dirigen siguen tomando decisiones drásticas en sus atalayas doradas. Los serviles armados siguen masacrando a las masas. Los ignorantes pusilánimes siguen callando o apoyando a los que en ellos se cagan.
Los que cuestionamos, protestamos, indagamos, reivindicamos, tranquilo majete en tu sofá, no mejoramos nada.
Si hoy me callo, pues, uno más, en la manada.
Pero no.
En ruinas.
Un viejo edificio, a todas oscuridades, abandonado.
Clavado a la vieja puerta de descolorida y roída madera, un cartel:
'Se vende'.
Sobre el quicio de lo que fue la entrada principal, letras pegadas a la piedra:
'Todo por la patria'.
El cuartel, invadido por la buena maleza, ya no alberga la maldad que lo sostuvo durante tantos años de su existencia. Allí, malos y menos malos, alguno bueno, han cobrado y pagado culpas propias y ajenas.
Lo que se vende no es todo ni es la patria, pero uno y otra siempre estuvieron en venta.
¿Cuánto es todo?
¿Qué es la patria?
Mi país no es el país que quieren los patriotas, el país que desean quienes se aferran a ese viejo lema, que pretende ser glorioso y honorable, y solo es una coartada. Una mentira ensalzada.
Se vende. Porque siempre hay comprador.
Esto lo hablan allá arriba.
Y esto también.
La culpa es de los pobres.
Todo va mal por la gente sin recursos. Si no fuera por esas personas que no pueden pagar la educación de sus hijos o el cuidado de la salud de sus familias o la atención a sus mayores o una vivienda digna, etcétera, todo iría de maravilla.
No sería necesario recaudar tanto mediante impuestos pues no habría que ocuparse de profesores o médicos ni del resto de profesionales que se requieren para educar a los pobres y sanar a los pobres y cuidar a los pobres.
Acabar con los pobres es una prioridad de Estado, como para Queipo de Llano lo era acabar con los rojos. Al fin vienen a ser lo mismo: un lastre para la sociedad decente.
Un pobre es una carga.
Los pobres no aportan salvo su fuerza bruta y para eso ya están las máquinas.
La aporafobia, denostada por ciertos sectores, debe ser bendecida como se bendice el odio a los huracanes o a las inundaciones. Odiar al demonio es amar a Dios.
Una Tierra sin pobres será un paraíso.
De momento la opción con esos desarrapados es "qué les den por donde el amargor es más notable en los pepinos".
(Trumpismos Mileinarios).
Y la cosa es que no se conforman con liquidar a los pobres de pedir. Luego se sigue en orden, hasta que...
En la ruleta del infortunio a todos nos va a tocar. Más pronto que tarde.
Pero... No me crean ni analicen ni protesten; sigan su vida como si todo estuviera bien, como si, por lo que tienen ahora (tan merecido), no les vaya mañana a pasar nada.
¡Ay, Señor!
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