Ya no sé cómo se configura un país que no me pertenece
En el que no me siento invitado
Donde no consigo reflejarme en el sueño de hacerme crecer junto a él
No sé de qué manera se respira un país, una ciudad, un pueblo entero
que se asfixia en la precaria nocturnidad, en el humo del pasado que fue
Ya no sé cómo aspirar a latir unidos
No sé cómo regresar a donde ya no existe nada que sepa atarme
Que intente, al menos, recolocar mis anhelos en un lugar seguro
Donde solo perduran los recodos vacíos, el desgaste y la incertidumbre
En donde las huellas del calor exhausto se han ido borrando tras la marcha de tantos
La infinita marcha hacia ningún lugar conocido
Me cuesta verme reflejado en el jardín perdido, en el latido que no apasiona, en la impiedad que no atesora lo imposible
Es ese un país donde no queda nada
Ni siquiera lo que me hizo tal y como soy
No queda el fuego, ni la brisa, ni el legado, ni la ilusión como sosten
Ya no queda nada de un país que jugó fuerte y lo perdió todo
Tan solo su terrosa humedad
Su dudosa precariedad
perforando la cordura e invadiendo inexorable el sostén de todo lo que ha sido
Una voluptuosidad insulsa y banal se contonea sin piedad
Araña ingente todo lo que consigue vivir
La nostalgia es rabiosa y es febril
Agota sus fuerzas pretendiendo prevalecer
sin carácter y sin humildad
Lacerante como el acero en el labio que se despierta
Mi isla es solo un sórdido mercado para todas las tentaciones.

Yom Hernández
Aquí un licenciado en Historia, loco por la literatura que lee y escribe pertinazmente. Padre de tres libros publicados por Ed Atlantis, Ed Adarve, Ed Cuadranta.
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