en su mundo no había amor, solo hambre y vacío. durante siglos creyó que el corazón era un órgano inútil que latía por costumbre. para él, la eternidad estaba hecha de sombras, y nada podía quebrar ese frío que lo habitaba... hasta que llegó esa persona.
no sabía cómo, ni por qué, pero cada vez que lo veía, algo en su interior ardía como nunca antes. era una presencia que lo despojaba de su dureza, que lo hacía vulnerable… y, al mismo tiempo, lo volvía más fuerte que cualquier inmortal.
por primera vez deseó algo que no era sangre ni poder: deseó sentir.
con él, todo lo demás desaparecía. no importaba el mundo, ni los siglos, ni la condena que arrastraba. si lo tenía cerca, aunque fuera un instante, todo cobraba sentido.
quería escabullirse entre las sombras solo para rozar su piel, aunque fuese por un segundo. quería perderse en su respiración, en el calor de su cuerpo, en el simple hecho de saber que existía. nadie más tenía importancia. nadie más lo podía llenar de esa manera.
él, que había jurado no creer jamás en el amor, estaba dispuesto a acabar con todo solo para poseerlo. porque esa persona era su salvación y su condena, su delirio eterno.
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