Estoy golpeandome a mí mismo, no me defiendo, me dejo lastimar, sintiendo que en parte me lo merezco y que son cosas que me pasan por ser yo, por no poder hacer que no sucedan.
Me muestro fuerte ante el resto aunque para lastimarme baje todas mis defensas, totalmente vulnerable ante una lanza investida de autodesprecio, descontento y enojo, contra la que nada puede hacer un escudo de sensibilidades que además, por si fuera poco, se encuentra en el suelo antes que yo.
De todas maneras no hace falta ningún ataque para el derrumbe cuando la estructura misma colisiona poco a poco, no resiste, pareciera una muralla china hecha de naipes y solo hace falta un soplido para destruise. Pero las cartas pueden acomodarse nuevamente. La muralla se levanta y cae, se levanta y cae, se levanta, resiste y luego cae, siempre cae y al mismo tiempo siempre se levanta.
Quizás resistir no equivale a soportar los vientos en contra, las grandes rocas lanzadas por catapultas que luego son mas duras y mas pesadas, y del cuarzo al topacio y de ahí al corindón hasta que impactan con la dureza del diamante.
Resistir equivale a quedar en ruinas como grandes ciudades de antaño, reducirse a cenizas, con pobreza de todo y donde la menos importante es la del dinero, la que realmente nunca es importante. Roma no quiso acabar así, pero pasó, resistió y creció. Resistir es una enseñanza, quizás una atadura, un llamado de no querer rendirse hoy, aunque me haya rendido ayer, aunque me haya rendido hace 2 minutos.
Así los vientos ya no soplan tan fuerte, las rocas no duelen tanto, la lluvia no es tan fría. Es cierto que no habrá día que no se derrumben los naipes, pero tampoco habrá día que no se levanten.
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