¿Sabés qué me pasa?
La vida me pasa por encima.
La agonía, la desolación, el malestar continuo, la desesperación.
Tanto contener; esta necesidad de romper algo, de romperme.
De golpear, de desquitarme, de sangrar y saborear la sangre, de que algo dentro mío estalle para (por fin) poder oírlo.
La necesidad de arruinarme, de destruir(los) y destruir(me), como si mi cuerpo fuera un altar que pide a gritos derrumbarse.
A veces me pregunto qué se sentirá volver a sentir aquellas quemaduras sobre mí.
Qué se sentirá apoyar mi piel contra el ardor del mundo, tan de cerca, que su llama me derrita sin tocarme.
¿Me volvería entonces una muñeca de cera, fundiéndome en silencio?
A veces me pregunto qué se sentiría despojarme de esta piel que cargo, capa por capa, hasta no reconocerme ni en mi sombra.
Me pregunto qué se sentirá atravesar mi estomago hasta mi punto más visceral. ¿Dolerá? ¿Será un dolor agudo, ahogado? ¿Será liberador? Tal vez lo es.
Capaz la solución es más simple de lo que creí y siempre estuvo ahí, al alcance de mis manos.
Es tan fácil arruinarme, tan fácil ceder; lo difícil es dejarme llevar por mis impulsos y tomar una decisión que podría quebrarlo todo.
Animarme y atravesarme por completo, hasta sentir cómo mis tripas caen al piso y mi corazón deja de latir.
Morirme en un instante. Solo por un instante.
Constantemente me pregunto cómo se sentiría qué mi corazón se detuviera en un suspiro y dejara de bombear.
Y yo pudiera dejar de ser este ser vivo, asqueroso, terrenal, hecho de carne y hueso; para ascender, por fin, a cualquier otro estado donde el que no tenga que sostener más nada.
Pasar a un plano donde no exista ni tenga que fingir, donde pueda dejar de contener(me).
Es como una fantasía compulsiva.
Y creo, fervientemente, que en ese otro lado —sea lo que sea— uno se reencuentra con la esencia que perdió. Con quién sos en verdad.
Ya no hay problemas, ni dolor, ni malestar: solo un silencio espeso, oscuro, absorbente.
E incluso a través de esa oscuridad, hay una pequeña luz que respira. Todo suena a paz. Todo se siente pacífico y armonioso.
Quiero vomitar. Ya no tengo lágrimas que ofrecer. Todo duele demasiado.
“No servís para nada”, susurra una voz enterrada muy en mis adentros.
“Nadie te quiere, ni siquiera sos útil”, insiste, como un eco que no puedo apagar.
Y eso es lo peor: no puedo detenerlo aunque ruegue, llore y patalee.
“Si no valgo nada en esta vida, ¿qué hago acá?”, razona antes de que pueda emitir otra idea. Ya no tengo control; ni de mi cabeza, ni de mi cuerpo, ni de esta versión mía que se me derrama encima.
“Debo arruinarme. Merezco ser arruinada”. Y así termina todo, siempre en esa misma conclusión, fija, repetida.
La única certeza que me abraza cada día.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.


Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión