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Muda.

John

Jun 29, 2025

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Muda.
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El olor a metal, humo y putrefacción compone un aroma grotesco y singular que arremete contra las víctimas de un perverso juego al que llamamos guerra. Aquellos que sufren las consecuencias del ego imparable del humano observan la tragedia, obligados a callar, pues los ecos de sus voces son silenciados una vez que el estruendo de las bombas impactan contra el pavimento. 

No se puede cantar, ni gritar, ni llorar.

No se puede hablar, ni susurrar, ni silbar.

¿Cómo llamará aquella niña a su madre, enferma de hambre, si no hay voz que la ayude? 

¿Cómo calmará la mujer a su retoño si no puede tararear la melodía que lo adormece?

¿Cómo le silbará el adolescente a su cachorro, juguetón y ansioso, para que vaya a morder sus manos? 

Todo esto se perderá bajo los cimientos de las ciudades afectadas por los ataques. El silencio reinará cuando los necios atacantes busquen nuevas víctimas a las que someter y, aquellas que ya han atestiguado el poderoso orgullo que compone al humano, deberán recomponerse —o desaparecer, pues habrán perdido todo— para que sus historias no queden sepultadas junto a los cuerpos de los desafortunados que no podrán sentir el aroma a jazmín una vez más. 

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El reloj marca días ajenos. Las personas ya no salen a pasear. Los parques, solitarios, esbozan una sonrisa tímida cuándo ven a los pájaros piar nuevamente. Las calles ya no son transitadas; las carreteras, por otro lado, no disfrutan del sabor a goma sobre sus cuerpos.

Ya no hay supermercados, ni gimnasios, ni bares, ni tiendas, ni discotecas, ni bancos, ni hospitales, ni mecánicos, ni jardineros, ni limpiadores, ni escultores, ni…

Entre la podredumbre, tres figuras se pueden visualizar:

La esperanza, inerte, que mira al firmamento sin ver.

La benevolencia, herida de gravedad, que se arrastra bajo sus propias cicatrices para reposar fuera de la tralla bélica.

Y la humanidad, muda, que le grita a aquellos que no pueden escuchar.

John

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