Me quedé con las palabras que nunca salieron de mi boca.
Entre manos y miradas hubo destellos de amor,
pero en realidad solo era el reflejo de un vidrio empañado.
Tocábamos sin nombrar,
y en cada silencio nos dejábamos llevar
por un secreto que jamás tuvo voz.
Ambos lo sabíamos, ambos lo sentimos.
Sin embargo, ninguno dijo nada.
Nos dejamos llevar por la emoción
que al final nos dispersó.
El tiempo pasó
y ahora hablar sería inútil.
No valdría la pena abrir de nuevo la herida
para decir lo que callé,
porque lo nuestro fue como humo que se disolvió en el aire.
Decidí quedarme muda,
y quizás así debió ser.
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