Cuando era pequeña, temía a los monstruos que habitaban debajo de mi cama. Creía que si hacía el menor ruido y no los pensaba, jamás me harían daño.
Pero crecí, y los monstruos aún siguen allí, aunque ahora habitan en mi interior.
Aceptar la verdad duele, y enfrentarse a la realidad lastima aún más. Sin embargo, aquellos monstruos me empujaron a buscar la verdad. Me mostraban esos pensamientos que intentaba reprimir, solo porque decidía "confiar". Al final, ellos tenían razón.
Saber que, de una forma u otra, alguien hirió tu corazón es como caer en un abismo, donde no piensas cómo será el impacto ni en dónde terminarás; solo deseas caer.
Las horas pasan, y la oscuridad de la noche absorbe la tristeza. Las lágrimas ruedan y los pensamientos de que nunca podrás salir te invaden.
Pero es en ese momento cuando los monstruos que tanto temía aparecen, enseñándote la dulce esperanza de resurgir. Aunque la caída fue dura y escalar nuevamente es complicado, lo intentas.
Sé que da miedo descubrir la verdad y enfrentarte al golpe brutal de una caída interminable, pero créeme cuando te digo que la vida no termina en ese desamor, en esa mentira o en esa verdad dolorosa. Todo sigue adelante, y nosotros también.
Volver a subir duele; cada piedra del camino es una herida, y cada esfuerzo una lucha por evitar que esas heridas se abran de nuevo.
Pero al final, regresas al lugar desde donde caíste y comprendes que los monstruos nunca fueron tus enemigos. No querían hacerte daño; ellos te mostraban lo que realmente te lastimaba. Ellos te dieron la fuerza para levantarte.
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