Pasan los días y yo sigo sin saber qué sucede. Parece que mis preguntas ya no son de interés para ninguno de los que me rodean. Desconsiderados. Ya vendrán con sus dudas y problemas, exigiendo una solución rápida, veloz, inmediata. ¿Por qué a mí? Esta habitación es tan asfixiante que mi cara se vuelve morada por la falta de oxígeno. Estos estúpidos ni siquiera lo sienten. Son monstruos.
—Oye, ¿puedes hacer silencio? Quiero dormir —dice el monstruo mayor.
El silencio invade la habitación. Sigo sin creer que se atrevan a callarme. Ellos deberían tener vergüenza de sí mismos; yo soy quien debería callarlos. El mundo es cada vez más extraño.
Pasan los minutos, las horas y los días de la semana, pero mi mente sigue diciéndome que los monstruos son ellos, y no se equivoca. Los he visto cuchichear. Seguro que planean mi muerte, quizás tengan piedad y me asesinen mientras duermo o busquen un método de tortura más doloroso y duradero.
El sol sigue siendo mi guía. Sé cuánto tiempo estoy en este lugar solo por él. A veces traen comida a otros monstruos. Yo tan solo como por si me matan; no me gustaría morir con el estómago vacío. Mientras recibo la comida, pienso en mil venenos que podrían estar en mi plato, pero sorprendentemente ninguno es agregado. Quizás yo sea como su juguete de diversión. Les gusta ver cómo trabaja mi mente mientras busco la forma en que me quieren matar. Puede que desde afuera sea divertido.
Ha pasado mucho tiempo desde que vi por última vez a mis ángeles. Esos seres eran tan cálidos para mí. Ellos lograban entenderme mejor que nadie, y yo los entendía de la misma forma. Jugábamos sin parar. A veces se cansaban y querían irse, pero al rato dejaban de quejarse. Qué lástima que no los pueda ver. Cuando aparecen los monstruos de afuera, les hago siempre la misma pregunta:
—¿Vendrán mis ángeles a verme alguno de estos días?
Siempre recibo como respuesta una cara negativa; algunas muestran desagrado por mi pregunta. No les debe gustar mucho que algo como yo se refiera a los ángeles. Se sienten superiores a mí, eso es obvio.
El lugar se ha ido vaciando de monstruos. De vez en cuando aparece uno de afuera y se lleva a uno de adentro; luego no lo vemos más. Ahora solo quedamos dos monstruos y yo. No hablamos, pero sabemos que pronto vendrán a buscar a uno de nosotros tres. Puede que yo me vaya al último, ya que no soy un monstruo.
Ya ha pasado tiempo desde que se llevaron a otro. Ahora somos un monstruo y yo. Sin duda yo soy el último. La lástima que me tienen los hace elegirme como última opción. Pero, para mi sorpresa, hoy me llevan a mí. Me sacan de ese lugar sin oxígeno y me dirigen a una habitación con más monstruos. Todas esas nuevas caras muestran miedo al verme. Será porque soy diferente a ellos. Hay un monstruo sentado más arriba que el resto. Debe ser de mayor autoridad. Me mira fijamente, pero sus ojos no muestran miedo, sino asco. Con un pequeño martillo hace que la habitación enmudezca. Prepara su voz antes de hablar.
—En el día de hoy vamos a revelar la condena para el Sr. Wilson, acusado de pederastia y secuestro de más de 20 niños menores de 11 años.
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