El monstruo vuelve a invadirme,
no consigo calmarlo.
Solo se vuelve más hambriento, más grotesco,
y me consume por dentro.
Siento sus dientes arrancándome la piel
y devorarla,
sin piedad, con disfrute.
No lo puedo parar.
Por toda la vida lo he de cargar,
hasta que decida poderlo soltar,
pero no es tan fácil,
ya me he acostumbrado:
la miseria se ha vuelto mi cómplice,
mi amiga.
Y ahora no hay vida sin ella.
Vuelve el tormento,
y ya no quiero vivirlo.
Pero no puedo soltarlo.
He de caer en un callejón sin salida,
hasta que pueda, por fin,
arrancarme la vida.
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