Yo yendo en el colectivo, pugnando por no quedarme dormido y bien irritado con todo lo que me rodea… y luego un niño al fondo de todo jugando a que era un policía “¡bam bam, soy un policía, quieto!” me hizo ver bien el contraste de lo mucho que me degradé. A pesar de que el infante estaba haciendo tonterías y yo estaba yendo a inscribirme para un importante examen. Es harto evidente que me percibo como más desgraciado. Pero luego viene a mi mente un intrusivo pensamiento: “había adultos llevando el repugnante mundo en su curso también repugnante para que yo hiciera caso omiso de todo eso y pudiera tener una infancia tranquila y feliz. Ahora le toca a aquel niño alegre ser un adulto amargado y acabado, llevando el repugnante mundo en su repugnante curso para que otros locos bajitos vivan la alegre etapa de la infancia” ese pensamiento no me consuela en absoluto, pero le agrega cierto sentido a mi pesar diario. Todos los bípedos que vemos por las calles están haciendo algo que no quieren para… ¿llevar el mundo adelante? La verdad es por mera subsistencia individual que, de pasada, contribuye al colectivo. Por ende, podemos afirmar que, en cierta medida, vivimos en una sociedad de bípedos derruidos por su propia subsistencia, dando como excepciones a aquellos que pudieron elegir a que dedicarse y hacer de la condena un hobbie del cual pueden vivir. Y por supuesto, quedan excluidos los afortunados niños que pueden gozar de la infancia.
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