La soledad, las ideas dando vueltas,
todas las noches acostarse esperando
que el mañana sea diferente.
Un día coincidimos en un proyecto,
horas y horas de charlas por teléfono,
y de repente, la distancia no era más que un mal chiste.
Nos conocemos. Me esperas. Llego tarde.
Y verte ahí me mueve el piso.
Esos ojos, profundamente tristes.
Negros, con un brillo como de diamante.
Cortan.
Queman.
Con el tiempo, mis palabras empiezan a sobrar.
Las tuyas, en cambio, me llenan la boca,
y nos fundimos en un beso,
de esos que parece detener el tiempo, si es que algo lo hace.
Quizá sí lo hizo, pero ni nos dimos cuenta.
Pasamos una noche juntos,
entre la humedad de los cuerpos
y la de tus ojos.
Soñamos despiertos,
pensando ideas que parecían brillantes,
nuestras voces flotando en el aire,
ideas chocando, como estrellas en el vacío.
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