He perdido la mitad que llamaba a mi puerta.
Ella gritaba mi nombre cada día,
y ahora que no está —maldigo mi suerte—,
no recuerdo cuál era.
Ella besaba mis heridas cada día,
y ahora que no está —¿por qué no lo hace?—,
no paran de sangrar.
Ella cuidaba las bellas perlas que componían las estrellas,
y ahora que no está —espero que vuelva—,
el cielo no brilla.
La he buscado por todas partes:
aquel río donde nos abrazamos por primera vez,
el mirador donde nos besamos por primera vez,
bajo las sábanas donde nos fundimos en cuerpo por primera vez.
Sin embargo, y demasiado tarde para mi,
recordé no buscarla en aquel
su hogar.
He perdido la mitad que llamaba a mi puerta,
y ya nunca más volverá a tocar.
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