Mis cielos.

CUENTOS PARA ALLENDE

Lo bello y lo bueno

¿Qué fue primero?

¿Qué hay de bueno en la bella erupción de un volcán?

¿Hay belleza en el buen funcionamiento gastrointestinal?

-Me dijo Cándulo que nada es bueno si no es por algo.

-Me dijo Alopio que la belleza necesita al cómplice.

¡Oh, Cíntigo!, amable crepúsculo de alma inquieta. Se vuelve la mirada sensible al fulgor del lucero vespertino con la esperanza quieta e inquieta de entender de lo hermoso y lo grandioso. Acudimos inconscientes cada cuando a la experiencia de gozar la contemplación pausada y sublime del espectáculo inacabable que supone la vida en sí misma. Nos esmeramos. Y en toda la firmeza reluciente que se asoma a la frágil trascendencia, encontramos los reflejos, como adornos, que señalan de su faro alguna guía. ¡Y la alegría!

¡Oh, Licandro!, senecto extraño e improbable. Hay, he de creer, más allá de este acá que nos marchita, una nube que es la nube de las nubes; que es tormenta de tormentas; que es temporal sin tiempo. No logramos, entre instantes, acuciados por el ya, desgranar sin asustarnos los segundos que no sobran y se mueren sin usarlos. Es la uva que se pudre en el racimo madurado. No fue vino. Fue en vano. El palacio que habitamos, una cuadra lo pensamos y lo bueno se escurre entre los dedos de las manos. No aprendemos. No miramos.

¡Oh, Quimera!, indolente estrafalaria que se jacta de saberse sin saber cuanto se ignora. De dormidos despertamos como si nada hubiera pasado. ¡Es tanto lo recorrido! Nunca hoy amanecimos donde ayer nos acostamos. Y en el sueño, acomodados, en volando por mil cielos que no son si no espejuelos deformados, nos perdemos, nos ausentamos. Ya con los ojos abiertos, deslumbrados nuevamente por el sol de cada día que es el mismo y ha cambiado, nos miramos al ombligo ¿Y qué encontramos?

¿Se imaginan? Y es que es todo. tan extraño...