Mirlas en Plaza Francia

Esa zona de Palermo siempre tendrá una parte de nosotras. Caminamos por Dorrego hasta llegar a Av. Córdoba cuando el paraguas que usaba sólo servía para que el puchito siguiera encendido, pero creo que incluso sin paraguas y con el puchito apagado, el fuego me lo hubieras dado igual, ese fuego del pecho cuando te veía sonreír y refunfuñar por los lentes empañados. Caminamos cruzando hasta Crámer para tomar el bondi que nos dejaba en Constitución al día siguiente. Caminamos sobre todo por F. Fader, un montón de veces. Caminamos por tantas zonas de Buenos Aires que no me puedo visualizar a mí misma recorriendo esas calles con alguien más, más que tú. Hay zonas que no se deben compartir.

Ha pasado un año y yo todavía pienso en esa noche. Supongo que es el precio a pagar por sentir. He dedicado para ti las palabras más tiernas, más comprensivas, más amorosas, y de alguna forma siempre me quedo corta. Ansío que mis golondrinas vuelen libres con tus mirlas y que ellas, compartiendo semejante libertad, se aprehendan como tú y yo. No será primera ni última vez que mi lenguaje encuentre una nueva manera de acariciarte y retratarte como lo hacía mi retina, capturando cada uno de tus movimientos, analizando lo que te hacía sonreír o la manera en la que bebías de esa copa de Putruele.

Te he amado desde que nos conocimos, y puedo decirte con seguridad que nunca había sido tan plenamente feliz como en ese momento, como esa noche de hace un año, tiradas en el sillón por horas. Serás por siempre mi cumbre más grande de dicha y de amor y si existe el más allá, prometo encontrarme con Julio para agradecerle la maravillosa persona que eres.

Amar es nunca evitar pensarte, porque en realidad todo el tiempo te tengo en la mente: cuando voy caminando o cuando voy por la carretera o recorro por calles —que todavía no tienen el privilegio de sostener tus huellas— donde veo pajaritos, te pienso en cada uno de ellos.

Amarte es muchas cosas bellas, pero sobre todo, es libertad y hogar al mismo tiempo.