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    ¡Miren quién volvió!

    Jun 22, 2024

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    ¡Miren quién volvió!
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    Ahí está. Apareció otra vez. En este caso, a las 6:30 de la mañana de un sábado. Sin previo aviso y sin llamarla para que regrese, la crisis bajó al mundo material a confirmarme algunas inseguridades para que no las olvide.

    Los disparadores para que la crisis aparezca son varios. Un mensaje de la noche anterior, una simple navegación por redes sociales, algún comentario al pasar de alguien, un recuerdo que aparece después de ver, sentir, escuchar algo que remite a un pasado obviamente mejor. Pero hoy me desperté para sentirla. Nadie la extrañó, nadie la buscó y, sin embargo, ahí está.

    La evadí durante todo el día. Me estimulé durante todo el día. Escuché la mayor cantidad de música que pude para evitar el silencio. Ví películas, videos, cortos, programas de televisión con tal de no permitirle bajar. Leí, hablé con amigos, pude decirle a mi familia cómo estaba para que no se preocupen demasiado, busqué no quedarme quieta durante toda la jornada con el fin de que no se presente hoy, no tenía ganas. Pero acá estoy, sintiendo cómo me maneja por los próximos minutos.

    Es que no tiene ningún fin evitarla. Siempre vuelve y nunca sé qué hacer. Las emociones se intensifican y, por ende, cualquier decisión que tome estará atravesada por un cúmulo de argumentos no muy justificados, pero si validados por las ganas de que esta sensación se vaya de una vez.

    El enamoramiento, por lo menos para nuestro cerebro, es similar a estar bajo el efecto de drogas. Para mí, el desenamoramiento también. Bajo ningún punto de vista me parece que mis decisiones sean conscientes. No es normal despertarse a las 6:30 de la mañana con una sensación como esta en el pecho. Y ahí me quedo. Dejo que llegue y me recuerde los dolores que creo haber superado. Dejo que llegue y me compare con el resto de personas que parecen estar mejor, mientras me estanco más y más. Dejo que llegue y que coloque mis dudas sobre decisiones pensadas y ejecutadas. Dejo que llegue y me responsabilice por ser como soy, si es que acaso sé quién soy.

    Y me quedo ahí. Lloro sin moverme demasiado, porque vaya una a saber qué decisión puedo tomar si cambio de posición. Respiro con normalidad, una, dos, tres veces. Y espero, porque la crisis me paraliza el cuerpo mientras mi cabeza no para de generar sentido.

    Espero con paciencia. Porque parece el fin del mundo, lo siento como el fin del mundo con cada músculo del cuerpo. Es ella la que se encarga de que me sienta así. Pero sé que no es así. Nadie se va a morir de este sentimiento, no yo. Pero en este momento no hay nada más lejano al bienestar.

    Tiempo. Una hora después, las cosas aún se ven terribles. Pero no tanto. Parece que mi cerebro se cansó de pensar y me manda señales de que dormir es más razonable que escribir. Tal vez tenga razón, no tengo ganas de pelear conmigo otra vez. Estoy agotada, los efectos de la droga desaparecen y el arrepentimiento comienza. Otro conjunto de convicciones aparece a consolarme y me asegura que no todo es tan terrible, que estamos bien (cabeza, corazón y cuerpo) y que, efectivamente, hay que dormir. Estamos de acuerdo, vamos a descansar un poco. Por lo menos hasta que ella vuelva.

    Lupe Bazán Duhalde

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