Tu mirada despeinada, esperando a que diga algo que valga la pena. Y la mía se anestesia lentamente, casi dormida.
Mis párpados caen rendidos, pero con salpicaduras de voluntad, mantenidos a la mitad de mi ojo.
Y vos me mirás.
Y yo te miro.
El mundo nos mira,
esperando a que salvemos lo que tanto desaprovechó; lo que somos.
Dos personas que hacen que la lengua del amor no desaparezca.
Acariciás lentamente mis espinas. Tus dedos danzan y mis huesos pegados a mi piel son su escenario. Y los dedos de mis pies rozan tus puntas para tratar de abarcar todo.
Busco abrazarte de la manera más fuerte, romper la barrera y cualquier ley física, provocar que seamos uno. Pero me veo limitado por tu piel. Desgastaría cada capa, matando todas las células, una por una,hasta abrir un hueco en tu pecho.
Situarme en el rincón más oscuro que lo habita, dibujar trazos desalineados donde solo se entienda la firma de tu nombre. Revolver los estantes de relojes, sacarles las pilas cuando la hora marque las 22 y así detener el tiempo cada vez que nos decimos:
"un ratito más."
Coser todo lo desordenado
y ser el guardián eterno del dolor que te abraza los pulmones.
Y vos me mirás.
Y yo te miro.
Y me decís:
—¿Qué pasa?
Y yo te digo que nada,
porque nada de lo que diga, valdrá la pena
Porque no existe ninguna analogía o metáfora que iguale la voluntad que estamos haciendo los dos para estar acá, mirándonos.
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