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    La mirada de fuego. Bajó la cara para que las pupilas quedaran arriba de sus lentes y sonrió con una mueca extraña. Mezcla de adivinación y picardía torcida. Se lamió unas palabras en los labios que no entendí. Pero igual no importaban las palabras, era la intención. Ese orgullo de saberse perseguida. Jugó conmigo a hacerse la dura hasta que le ablandé la ternura. La vieja confiable. Unos chistes, un par de acercamientos en la zona de las orejas y la sonrisa transparente bien puesta en la cara. Dió el brazo a torcer. Viró, se paró de la silla y caminó para que la siga. Con gusto yo por detrás oliéndo su estela. Haciendome la tonta también. Le dijo a su compañera que me iba a ayudar con cara de fastidio. En mi cara la lascivia ya paría. Empezó a subir por unas escaleras que llevan a la terraza. Confieso mi sorpresa, grata. Caminamos riendonos hasta el baño, más chistes olvidables. De una entró en el de discapacitados y la seguí hasta elchoque inevitable. Y me caí adentro de su piel. Los detalles me los guardo para saborearlos de postre. Volvimos con un libro que se sacó de la vagina y le hizo un comentario al compañero sobre el nuevo. Está desordenando todo. Le agradecí, me guardé el libro que no me interesaba en lo más mínimo y me fui. Nunca más lo devolví. 

    Rocío Giménez Ferradás

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