Debí sentarme en la acera
Sentir la suciedad del mundo intentando trepar y contagiarme de su huella pútrida bajo de mi
Debí esperar con calma, sin apuro, a que este mundo se dignase a mirarme
A quererme un poco más porque me lo merezco
Debí creer que abrir los brazos y sacar la lengua mientras miro de reojo como pasa la brisa delante de mi rostro, tendría un resultado diferente
Tengo claro que a veces no es suficiente esperar a que las cosas sucedan, hay que ir a encontrar el cambio
El mundo en su complejo devenir no te va a mirar, nunca se va a dar cuenta de que existes
La risa en mi cara cuando me siento bien es más importante que lo que piense un señor, un diletante o alguna estupida fractura dentro del sistema
Mis sueños son míos y mis miedos también,
Mis deseos extenuados, mi corriente fluyendo inconsecuente y a contratiempo, todas mis válidas opiniones me hacen tal cuál soy
pero al final del día
erradas o acertadas
siguen siendo mías y de nadie más
Mías son las ganas de levantarme
Apurar la tarde buscando un beso, gritar si es necesario todo acerca del odio y la discordia
Todos mis deseos y mi estupida canción de loco enamorado, poco importa quién la escuche o no
Mías son mi manos, mi cuerpo decadente, mis trazos en una hoja incierta en una aparente razón
Míos mís ojos para observar de cerca con miedo, con alegría, con asombro sobre la caída de un sueño, el revés y la metralla o ver con cara de clown cómo se desploma todo el legado del hombre.
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Yom Hernández
Aquí un licenciado en Historia, loco por la literatura que lee y escribe pertinazmente. Mi primer libro Memorias de un confinamiento se puede buscar en www.edicionesatlantis.com.
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