Sus ardientes pechos tintineaban sin cesar, sus ojos entreabiertos daban fe de la excitación que la apoderaba, una de sus piernas descansaba al otro lado de la palanca de cambios mientras que la rodilla derecha frotaba la puerta del auto. Así, Mateo tenía pleno acceso a su botón de placer empapado de tanta excitación provocada por el roce alternado de sus largos dedos y el vaivén de su falo carnoso. Sara respondía con gemidos cada vez más penetrantes y no era para menos, después de todo pisaba las cuatro décadas, pero jamás había cedido a los placeres de la carne permitiendo que un joven de veintiún años la hiciera explotar de placer.
Pero la historia de ambos no comienza en ese auto, sino que se remonta muchos calendarios atrás, desde cuando los ojos redondos y tiernos de infante de él se cruzaron con la mirada profunda y de largas pestañas de ella. Mateo era el único hijo de la mejor amiga de Sara, lo que posibilito el vínculo entrañablemente cercano. Lo cuido varias tardes mientras su amiga trabajaba, asistió a varios actos escolares, fiestas de cumpleaños, le enseñó estrategias para que aprendiera ajedrez, lo llevo a alguna que otra matiné. El lazo fue creciendo hasta que la adolescencia se hizo tan presente y la distancia inevitable. Era un hecho que el chiquillo que la reclamaba para jugar se desdibujaba y las paletas del tiempo comenzaron a delinear al adolescente sumergido en su mundo, en donde no cabía espacio para los juegos y las conversaciones con adultos comenzaban a sonar aburridas.
Las primaveras fueron pasando y por fin ambas amigas tenían tiempo para salidas nocturnas que duraban largas horas. La amistad seguía viva como si el tiempo se hubiese suspendido en un periodo de plena juventud. Bajo la luz tenue de un atardecer cualquiera, entre el brillo de las copas y la calidez de las confesiones, sus almas se unieron en un juramento: exprimir cada segundo de vida. Haciendo una detallada lista de las vivencias que no querían dejar de experimentar y de los proyectos que debían concluir, sellaron un pacto que las haría vivir cada instante al máximo. Cinco años le llevo a Sara tachar de aquella lista la aspiración de mudarse fuera de la ciudad, la misma cantidad de años también fueron los que había dejado de ver a Mateo, que al enterarse que se mudaba decidió ayudarla.
Alella, pueblito pequeño, pero con gran naturaleza la esperaba con los brazos abiertos. Lugar montañoso situado a unos kilómetros de Barcelona y apenas a pocos del mar, cumpliendo al fin el sueño de su vida. Desde que visito con sus abuelos la sensación de habitar aquel poblado se apodero de ella. Solía describirlo como Territorio de olor a tierra húmeda y hortensias y cada vez que lo hacía, dejaba atrás el tétrico asfalto humeante de la gran ciudad.
Estaba semi amoblada, lo que reducía el cincuenta por ciento de trabajo arduo, quedándole más tiempo para dedicarse a ubicar los adornos en su lugar y llenar la piscina.
Al llegar, les ocupo toda la tarde sacar telas de araña aferradas a cada rincón y quitar el polvo, posado en los muebles de algarrobo, como nieve en las montañas. Caracterizada por tener múltiples habitaciones, piso de parquet, techos altos y ventanas alargadas al igual que sus puertas, esa casona definitivamente era una delicia. Acabado el trabajo áspero pudieron contemplar por un breve instante la puesta del sol, que desde ese punto del hemisferio se volvía un espectáculo digno de admirar. Con la brevedad en que canta un gallo salieron las estrellas adornando aquel infinito manto negro. El hambre se presentó como un huésped más y el menú elegido para premiar el cansancio fueron unas pastas acompañadas de un añejo vino blanco y una charla que se debían después de la pausa prolongada en tantos años, en la cual confesaron su cansancio, pero de ninguna manera los pecaminosos deseos de sus mentes.
Que día agotador! ¡creo que me iré a la cama, hoy fue largo e intenso y mañana nos espera otro día igual !, dijo ella mientras soltaba su cabello salvaje, largo y rojizo dejándolo posar sobre sus hombros y estirando sus brazos como queriendo alcanzar el techo. Y vos deberías hacer lo mismo!, te dejé el cuarto listo, la cama con sabanas limpias…
_¡Si, ya me voy a la cama también, la verdad que estoy que me caigo de cansado!, dijo él, mientras procuraba ocultar sus más bajos instintos al observar como meneaba su cabeza cada vez que soltaba su pelo, enmarcando su rostro para caer en sus senos.
Ambos levantaron los platos, dejando la tarea de lavarlos para el día siguiente. Caminaron por el eterno pasillo de aquel caserón y en cada paso se evidenciaba el magnetismo de sus cuerpos como una fotografía de Rosana Schoijett, en donde se evocan los movimientos en la onda expansiva de la fuerza que desencadenan los imanes.
Aproximándose a sus cuartos y envueltos en un frenesí de pensamientos incontrolables, la sangre bombeaba rápidamente a sus voluptuosidades. Ella no dejo por un segundo de imaginarlo sin remera durante toda la cena, cayendo en cuentas que definitivamente había abandonado el estado de adolescencia convirtiéndose en el joven alto, de cejas tupidas y llamativos ojos grises capaz de robarle suspiros a cualquiera.
Tampoco él se privó de perderse en el laberinto de sus labios rosados y el acentuado escote de la camisa leñadora, la cual se mantuvo abierta hasta el tercer botón, invitándolo a saciar su sed y apagar sus fuegos. Fantasearon con fundirse en un beso apasionado, sintiendo el latido de sus pechos para finalmente sacudir sus sexos. Pero nada fue llevada a la acción, no por lo menos en ese momento. En su lugar, se desearon buenas noches cerrando de manera simultánea ambas puertas.
Al entrar cada uno a su cuarto, quedaron como vinieron a este mundo. Desnuda se dirigió al baño, abrió la ducha y entro lentamente a la bañera, sin dejar de pensar en su boca y su abdomen marcado. Al sentir el agua tibia correr entre sus piernas, cerró los ojos y se abandonó a sus sensuales fantasías que la incitaban a realizar un movimiento continuo. Aquel recorrido iniciaba en sus pechos, bajando por su abdomen hasta desembocar en sus caderas para finalmente perderse en su vulva. Los movimientos pausados fueron repetitivos y enfáticos, aun mas, en las caricias que desembocaban en su fondillo. Excitada y sin pausar el movimiento, no tardo en dejar el jabón a un costado para continuar tan placentera estimulación con la punta de sus dedos jabonosos. A medida que el ardor se apoderaba de su ser por completo, el agite de sus dedos recolectaban el néctar de su diminuto botón de placer. Humedecida, anhelo ser envestida repetidamente por su carnoso falo en diferentes posiciones, y sin dudarlo simulo la acción con sus falanges, siendo los sustitutos perfectos para adentrarse en sus carnes. Coloco la pierna izquierda en el borde de la bañera y el tintineo frenético de sus dedos provocaron no solo el endurecimiento de sus pezones, sino también la explosión del licor placentero de sus entrañas.
Simultáneamente al otro lado del pasillo Mateo yacía recostado entre sus sabanas desnudo, disfrutando del vaivén acompasado que le propiciaba a su verga, mientras rememoraba aquel cuerpo de contornos sutiles y madurez irresistible. Fantaseo con besarle ambas piernas de terciopelo, mordisquear suavemente los alrededores de sus caderas y finalmente desembocar con su lengua en su pequeña espalda desnuda. La daría vuelta ligeramente boca arriba, para meter su depravada lengua, primero lamiendo, luego dibujando círculos de fuego la cargaría de saliva para devorar cada rincón de su pulposa vagina de labios carnosos. Entregado por completo a esa representación, comenzó a agitar progresivamente su empinado pene dándole intensidad. Su cuerpo comenzó a tensionarse cada vez más. Las venas de sus brazos estaban a punto de estallar, su verga fue adquiriendo un esplendoroso grosor, su lengua fue jugando entre sus labios y un ardor incontrolable lo poseyó, avivando el vaivén acelerado de su mano que sujetaba con tenacidad su vena aguijoneada, acelerando aún más el ritmo de sus perversos pensamientos siguió sacudiendo su miembro eréctil a punto de explotar. Junto con un inaudible gemido esputo su licor ardiente en un gran chorro placentero que voló hasta sus pectorales. Gota a gota su miembro hizo pequeños espasmos y como soldado abatido en batalla, regresó a su tamaño natural.
Los pájaros regalaban sus primeros cantos al sol y cuando apenas lograban abrían sus ojos rápidamente los inundo un pensamiento…”habían logrado despojarse de la tensión sexual, pero tan solo de manera pasajera”. La idea quedo demostrada apenas cruzaron miradas en la cocina para desayunar. el apetito seguía presente, siendo incluso más poderoso que ayer. A esas alturas, sabían que el único antídoto seria entregarse a los goces indebidos, pero sus prejuicios eran más fuertes que la tentación.
Sara pensaba “podría ser tu hijo!”, pero una voz infernal salía a refutar esa idea susurrándole al oído…”Pero no lo es!”. Reflexiones similares inundaban la cabeza de él “podría ser mi madre!”, pero la voz endiablada tiraba ágilmente por tierra esa versión murmurando…” ¡Pero no es tu madre!”.
Los días transcurrieron en aquella añeja casona que era testigo de miradas provocativas e insinuaciones que no escondían sus libidinosas intenciones. Entre Almuerzos y cenas, paseos y puestas de sol, caminatas aletargadas cada noche por aquel pasillo eterno, estirando al máximo cada segundo de tiempo para no decir buenas noches y luego caer en antídotos superfluos, ella en la ducha y él en su cama, pero a la vez necesarios para engañar al cuerpo. Pasaron las lunas como así también la posibilidad de un encuentro furtivo cuerpo a cuerpo.
El calendario marcaba domingo y Sara debía regresar a la ciudad para finalizar unos trámites, que por el apuro de la mudanza, dejo inconclusos. Antes de emprender el regreso opto por una ducha ligera. Salió con prisa, colocándose una toalla en su cabeza, y se dispuso a elegir de su guardarropa un vestido color mango, corto y con múltiples botones al frente. Esa elección no había sido al azar, quería confirmar si eran reales las insinuaciones de él o si solo eran ideas de ella. Audaz, bajo las escaleras tan pronto como pudo, dejando su cabello mojado suelto para que se secara con el viento.
Inmediatamente cuando él la observo fue como si el tiempo se hubiera pausado por un momento. Cruzaron miradas durante una milésima de segundo y eso basto para confirmar que en su mirada la excitación era inconfundible. el vestido y el salvajismo de su melena habían logrado su objetivo, apartando las dudas y dejando tan solo certezas.
Conscientes de que el regreso sería una invitación a lo inevitable, subieron al auto. Sin dudarlo, ella ocupo el lugar del acompañante, conecto su celular para darle play a su tema preferido…"sweetest taboo" y subiendo el volumen ambos abandonaron sus cuerpos a aquella pegadiza y cautivadora melodía. Mientras la velocidad en el tablero aumentaba el gran caserón quedaba atrás junto a los momentos de complicidad, que serían un secreto entre ellos.
“Is it a crime” los sorprendió y así lo inevitable al fin los atrapo. sin titubear, él maniobro rápidamente y de manera violenta estaciono a un costado de la ruta. En un arrebato de lujuria, tomo su rostro y comenzó a saborear los labios de Sara, abriéndose paso con su zigzagueante y fogosa lengua, para al fin enredarse con la de ella. Lengua con lengua fueron fundiéndose en cada bocanada de aliento. Caricia a caricia, ella se dispuso frente a sus ojos si dejar de besarlo. Podía sentir sus manos acariciando con movimientos lentos su espalda hasta desembocar en sus calientes pechos que rogaban ser descubiertos. Cerraron sus ojos y se abandonaron totalmente al placer provocado por aquellos ardientes besos. El ardor incontrolable que emanaba de sus entrañas la hizo acomodarse de espaldas, develando al fin los accesos por los cuales podía y quería recibir placer de manera inmediata. La música siguió sonando y “No ordinary love” hizo su entrada en escena. botón a botón fue despojándola del corto vestido, mientras la melodía los seducía haciéndolos perder la cordura, quedando su espalda al descubierto y al final del camino una tanga negra que se oponía entre su falo y sus partes pudendas. Si apresurarse, saboreo su espalda llena de lunares pequeños, mientras que al mismo tiempo no dejaba de acariciar con una mano sus dulces pechos y con la otra su humedecida concha. De manera natural fueron adoptando otra posición y sus rostros se encontraron nuevamente, pero no por mucho tiempo. Mateo quería deleitarse con sus afiebrados pechos y para esa acción se acostó en su regazo, ella lo tomo en sus brazos tiernamente mientras él cargaba su lengua con saliva para humedecer sus areolas. Babeando sus pezones se aferró a ellos, como un bebe al pecho materno. En la misma acción de chupetear y dejarse succionar, más secreción emanaban de sus sexos. Quedo prendido de su pezón derecho por un prologando lapso de tiempo y los vidrios comenzaron a empañarse mientras ella agitaba su falo, estimulando en cada vaivén, sin olvidarse de sus testículos a los cuales les dedico un dulce masaje.
Cuando los fuegos de sus sexos ya no podían controlarse, abandono el pecho al cual estaba sujeto y ambos dispusieron a desnudarse, mientras reclinaron juntos el asiento. Sus posiciones cambiaron rápidamente, optando ella recostarse para que sus ojos y lenguas volvieran a encontrarse, separo las piernas colocando la izquierda al otro lado de la palanca de cambio y rosando con su rodilla derecha el costado de la puerta. El acceso a su vagina quedaba así expuesto y Mateo no perdió tiempo. Llevo sus dedos a la dulce boca de Sara para que los llenara de saliva y facilitar la tarea de introducirlos de a uno en su vulva. Con la yema de sus dedos empapadas, comenzó a tocarla de manera circular, introduciendo sus dedos índice y medio en su conchita y poder recolectar secreción para bañar aun mas su clítoris, al cual mimaba de manera delicada. Mientras le daba pequeñas palmadas provocando un sonido similar al chapoteo en el agua, alternaba con su verga erecta similares golpeteos, provocando más desenfreno con cada sonido.
Listo para enfundarla y robarle múltiples gemidos, sin titubear tomo su endurecido pene y lentamente fue adentrándose en su cavidad apetitosa, dejándose envolver por sus carnosos labios. quería cogerla pausadamente para no olvidar jamás sensaciones tan placenteras. El movimiento frenético de ambas caderas estimulaban sus sexos y de ellos escurría el más placentero brebaje.
Sus pechos bamboleantes solo dejaban de moverse cuando él los apretaba de forma lasciva y lujuriosa, friccionando sus dedos en los pezones de manera simultánea y sin dejar de cogerla ni un instante. Su almendra sedosa había aumentado inevitablemente de tamaño.
El ritmo de los dos comenzó a acelerarse. Bocas entre abiertas, exhalando gemidos libidinosos, empañaron aún más los vidrios con calor emanado de sus cuerpos. Más gemidos, mas saliva en sus labios, más franeleo en sus pechos, más profundamente empotraba su verga en tan pulposa vagina y alcanzando casi el climax las palabras se unieron al desenfreno apasionado de sus meneos.
Ay bebito, voy a acabar ahora mismo, no me aguanto mas!
Dale mami, que yo también voy a llenarte de leche!, tengo muchas ganas!.
_ No pares entonces!, dijo ella, seguí, bebe, seguí, no pares!
Y en un torbellino de palabras pecaminosas, movimientos agitados y gemidos libertinos, ambos cuerpos se unieron en un solo grito en donde todo el placer contenido durante días fue liberado, dejando escurrir el roció de sus entrañas. Sin separarse, se besaron durante un largo rato, saboreando restos de placer en sus lenguas ardientes.
La química que sintieron fue tan letal y única que quedaron de acuerdo para volver a probarse una vez más.
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Señorita Z
En este espacio, exploraremos juntos las diversas facetas del erotismo a través de relatos que despertarán tus sentidos y encenderán tu imaginación.
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