Es la primera vez que me analizo,
siento mi cuerpo
y como algo molesto quiere salir del pecho.
En el silencio de la madrugada pienso
que tal vez estos sean los últimos versos.
Como aullido de un perro
mientras solo se escucha
el goteo de una canilla mal cerrada,
vuelco estas palabras.
No creo que calmen esta necesidad latente
de expulsar lo que arde,
pero cada vez estoy más viejo,
cansado y entregado.
Suelo estar despierto a las 3:30,
todas las noches,
y en el silencio de esta ciudad interminable
me descubro pensando, contra mi voluntad,
si tiene sentido seguir siendo parte de todo esto.
Me sorprende
cómo la oscuridad se encoge y me abraza,
cómo la ciudad parece un animal enorme
respirando en la lejanía,
y yo, apenas un susurro que se resiste a apagarse.
Las manos tiemblan sobre el papel
como si escribieran un conjuro,
pero no hay hechizo que me devuelva
lo que fui,
solo este temblor,
esta escritura que es fuga y jaula al mismo tiempo.
Quizás mañana amanezca
y me encuentre de nuevo,
quizás la herida que hoy late en el pecho
sea apenas la prueba
de que todavía algo en mí
se niega a morir del todo.
Sigo buscando eso.
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