Mi trinchera.

Amor, amor.

Si yo cantara a los colores del amanecer, al olor de la tierra tras la tormenta, al verde con que se pinta la naturaleza. Si yo glosara sin medida la belleza de mi lugar, describiera el atardecer contemplado con un vino desde la cueva, deleitara a los lectores con pasajes de románticas historias, los embelesara con ficciones que por estas calles, suyas y mías, sucedieran... Todo eso sin entrar en la hipocresía que llena el ambiente cuando hay más de uno en la cuenta, sin acudir al maltrato que se hace de la indefensa tierra, sin opinar sobre la tortura a la que someten a su amistad taurina, sin detenerme en misas ni miserables. Sin acudir a la fontana gris de la política... Quizás entonces, un poquito más me quisieran. No mucho, no se crean, que al personal le va más la maldición que la bendición, y cuando se habla de quien no está, solo una de cada cien es para alabar. Y suele suceder mientras al alabado lo llevan a enterrar.

Pero, crean de mí que ya no me importa, que a estas alturas de mi senectud, lo que susurre o vocee sobre mí el personal me importa tres chorras y media (y sobra la mitad en la cuenta).

No siempre fue así, que eso cuesta aprenderlo, y he padecido mucho por atender a tanta mediocridad mal intencionada; pero ya, se lo digo en modo muy sincero, todo eso del traje a la medida del sastre, es indiferente en mi existir. Tengo fondo de armario suficiente.

Me explico: es que hoy, tan repetido es todo -eso es algo que ya también he escrito-, no se me ocurría por qué petenera salir, y me he dicho: voy a decirles hoy de su gracia a quienes vienen, no por entenderme ni razonar, ni porque apetecen mi prosa, sino que se sacrifican para tener material para el argumento viperino cuando se encuentren con el abanderado amigo. Y así he dicho.

Que no creo yo estar en toda salsa de vecinos -no importo más allá de un poquito-, pero los veo pulular por mis escritos y me digo ¿A qué vendrá a este jodido frente, a esta trinchera, el enemigo?

Disfruten el rato que les dedico.