Hoy volvió otra vez, otra vez llegó devastada, cansada, apagada, y aunque parecía la misma, algo en ella había cambiado; ya no estaba ese brillo característico de sus ojos color café; llegó cabizbaja, demacrada, solitaria y cuando la miré a los ojos sentí un vacío tan inmenso que me estremeció; era ella y a la vez no lo era, porque, aunque respiraba, aunque su presencia estaba frente a mí, lo que vi fue un cuerpo vacío.
Cuando recobró el sentido y se dio cuenta de que la observaba, me sonrió con dulzura, me abrazo y me susurró que se alegraba de verme; quise creerle, quise aferrarme a esa sonrisa como si fuera verdad, pero sabía que algo estaba ocurriendo dentro de ella, y aun así opté por ignorar la realidad, porque prefería engañarme pensando que aún quedaba algo de aquellos ojos color café que alguna vez me miraron con una calidez reconfortante.
Hoy es otro de esos días grises, otro día donde el frio y los crueles vientos del invierno arrastran recuerdos, donde la añoranza florece como una flor con espinas, donde la señora Ana regresa con un peso insoportable y convierte la vida en un tomento que desgasta, que destroza hasta dejar hecha polvo cualquier ilusión; es extraño cómo el invierno trae esa dualidad de sentimientos, la contradicción entre querer olvidar y no poder soltar, entre desear calor y quedar atrapada.
Creí que eras tú, juro que lo creí, y sé que suena ilógico, ya que, aunque mi mente sabía que no era cierto, mi corazón no lo aceptaba; te seguí inconscientemente, con los latidos del corazón a mil y la respiración entrecortada, hasta que te detuviste y volteaste; mi ilusión se rompió en mil pedazos, porque no eras tú, porque nunca volverías a serlo; entonces entendí que, por más parecida que fuera una figura, jamás serías tú.
Los meses pasaron idénticos, idénticos en la rutina del dolor, salvo por dos cosas: la crueldad del hombre, que parecía nunca tener fin, y la grandeza de la naturaleza, ya que siempre encontraba la forma de renacer en medio del dolor.
Entonces llego septiembre en un abrir y cerrar de ojos: flores en abundancia, un sol inmenso que ilumina incluso las heridas más profundas, con una calidez que dolía, pero a la vez acariciaba, igual como una madre cuando mima a su pequeño; fue así como los sentimientos que alguna vez fueron enterrados bajo toneladas de silencio comenzaron a florecer de nuevo, primero frágiles, luego intensos como un rojo carmesí, recordando que la vida por más amarga que fuera, se debía seguir adelante.
Ya no estoy sola, porque de alguna manera tú, tricolor, me enviaste por cada color que tenías a una persona distinta, como si hubieras repartido tu esencia en pequeños fragmentos de colores igual que tú; entiendo que si me aferro demasiado al paso me hundo, que si me pierdo en el futuro me desespero, y estar en el presente con toda la crudeza que presenta se volvía amargo como el café negro que me recordaba a tus ojos. Por eso, hoy agarro la llave de esas cadenas invisibles impuestas y salgo de ahí, porque fue suficiente que el egoísmo y dolor me cegaran, al igual que un amor enfermizo.
Entonces es primavera: volvía a sonreír, volvía a reír, la paz se hizo presente, y solté, te solté con una valentía cobarde, pero con amor genuino abrí mis manos; y quiero que eso tú también lo sientas; por ello, mi pequeña tricolor de ojos color café, te dejo ir en paz.
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