Para besar a la luz, seducí a la sombra
Es una muerte con colores naranjas, verdes y música.
No había pasado mucho de la primera, todavía venía acarreando los yugos del pasado del que pretendía desprenderme sin saber cómo. Creía haberme recuperado de mi muerte pasada, al parecer era el comienzo: una sensación quería escapar por el pecho, por los costados de mi cara, por alguna parte de mi cabeza, sin saber cuánto me sofocaba.
Una canción me desprendía un sentimiento hasta entonces incomprendido... La sensación incomparable de llegar a destino, y después una tarde dulce envuelta en nubes lilas. Un paliativo momentáneo.
Algo se me estrujaba en la sien y me mareaba por días que me recetaron solucionar como se me diera en gana... Al principio había pactado una revancha por capricho que posteriormente se convirtió en una revancha conmigo misma.
No sé si ir al cielo será una metáfora que implica un estado pleno del ser, un estado que uno trasciende. Dicen que la consciencia universal es una energía que nos ama, que la llevamos dentro y se convierte en nuestro reflejo, y que se distorsiona por diversos descuidos.
La magnitud del desgarro era equiparable a la magnitud del descuido, una herida profunda que expelía un torrente de sensaciones marginadas... Y el cielo como un entretiempo de mi vida, la parte inusual de una melodía, la elipsis de un libro.
Después de la segunda, las palabras cambiaron de sentido, se me escaparon, las desconozco y ya no supe cómo pronunciarme. En el cielo solo me pude besar las heridas... era como un eco que me devolvía todo lo que soy, mostrándome y mostrándole todo lo que llevo: "qué hermoso" dije; "qué hermosa" me dijo.
Una amiga o un ángel me acunó en mi estadía, no hablábamos el mismo idioma, pero supimos compartir. Un ángel con campera me acompañó al ritual en el que pacté mi muerte, me entregué y reviví en el lugar que había esperado por años.
Es verdad que ahí no llegan las penas, y reconocerme sin ellas fue dejar entrar un resplandor de nubes naranjas entre las grietas que me encandilaron de amor sincero, abrasándome en lágrimas, muriendo de pie, reteniendo al dolor que no podía estar ahí.
Entre la luz y la sombra: una lucha intermitente. Será que no bastó con la primera porque no supe ver el cielo que procede a las incontables muertes que inevitablemente obligan a seguir por diferentes caminos, personas y lugares. Muriendo... y volviendo a nacer.
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