Mi reseña de El aljibe de Mariana Enriquez.
Melina Vega.
A diferencia de otros cuentos de Mariana Enriquez, El aljibe no posee ese elemento tan característico del terror empleado por la autora. El aljibe no es un cuento asqueroso, repulsivo ni espeluznante, y mucho menos te deja con un escalofrío serpenteante en la espalda. Sin embargo, hay un elemento que, podemos observar, nunca se pierde en la narrativa de Mariana: el miedo que puede hallarse en lo mundano; el miedo a lo que sea que pueda aparecer en la oscuridad para tirarnos de los pies, el miedo a las formas que puedan tomar las manchas de humedad en el techo o el miedo a los ruidos inexplicables que escuchamos en el medio de la noche. Pareciera que la propia casa, lo oscuro que está escondido en el espacio que habitamos, llama nuestra atención y enerva nuestra capacidad de raciocinio, porque, ¿Existe algo más aterrador que ser atacados mientras dormimos, cuando estamos más indefensos? Débiles y desprotegidos, nos rendimos ante el miedo y el insomnio. O por lo menos así le sucedía a Josefina, la protagonista de este cuento, para quién el miedo era tan grande que inmovilizaba su vida y hasta sus extremidades. Incapaz de llevar una vida normal, Josefina vivía atormentada por una rutina en la que el miedo en lo cotidiano lo ocupa todo, muchas veces exacerbado por leyendas, creencias populares, e incluso elementos religiosos. Como puede leerse en el cuento:
Había leído la historia de Anahí y la flor del ceibo, y en sueños se le había aparecido una mujer en llamas; había leído sobre el urataú, y ahora antes de dormirse escuchaba al pájaro, que en realidad era una chica muerta, llorando cerca de su ventana. No podía ir a La Boca porque le parecía que debajo de la superficie del riachuelo negro había cuerpos sumergidos que seguro intentarían salir cuando ella estuviera cerca de la orilla. Nunca dormía con una pierna destapada porque esperaba la mano fría que la rozara. (Enriquez, 2009, p. 60 del c uadernillo de ingreso)

El aljibe es un cuento impregnado de creencias populares no occidentales, particularmente aquellas propias del norte argentino, que dictaminan el desenlace de la historia. Añá, San La Muerte, el Alma Mula... aparecen con la función de representar la cultura popular, fuera de la religión católica. El cuento empieza con un viaje a Corrientes, cuyo objetivo era visitar a La Señora, una bruja que vivía en un ambiente esotérico pero ordenado; tenía un patio muy cuidado con un aljibe blanco en el medio, y en el interior un altar lleno de estatuillas y ofrendas. Allí sucede el primer hecho determinante que, sin embargo, no será revelado hasta el final. Hasta donde sabemos, Josefina vuelve a su casa en la ciudad donde va a un colegio católico, y lucha contra la aparición de miedos nuevos, aparentemente irracionales, que son constantemente minimizados por su familia y apaciguados por la medicación del psiquiatra: “Las pastillas nuevas, celestes, casi experimentales, relucientes como recién salidas del laboratorio, eran fáciles de tragar y en apenas un rato lograban que la vereda no pareciera un campo minado” (Enriquez, 2009, p. 61 del cuadernillo de ingreso). El cuento llega a su fin de nuevo en Corrientes, en la casa de la bruja. Es decir, el cuento empieza y termina en un entorno místico, el cual es decisivo en la narrativa. Podemos deducir que existe, también, una relación tácita entre las creencias y/o costumbres y el espacio geográfico. Lo que intenta Mariana —o los autores que pusieron en práctica este recurso— es reivindicar el paganismo del litoral argentino. Esto es comprobable si tenemos en cuenta que las prácticas no cristianas sobrevivieron históricamente en las clases bajas, quienes se ubican en la periferia geográfica; la ciudad se rige por las órdenes del catolicismo como religión oficial, mientras que en el interior o en los barrios bajos reinan las creencias de las personas que le rinden culto al Santoral criollo —seres míticos que reciben la adjetivación de santo, como San La Muerte, no aceptados por la Iglesia Católica—. Lo oculto, lo no-occidental, siempre se lleva a cabo en un entorno rural y caluroso, mientras que el catolicismo y la racionalidad de la ciencia predominan en la urbe. La relación entre la religión y el espacio tiene que ver también con el ambiente; no es casualidad que cuando el escenario cambia a uno esotérico el clima se transforma en un calor pesado que anticipa la llegada de una tormenta: la lluvia trae miedo y desastre incluso en el día a día.

Los lazos familiares son el verdadero terror en los cuentos de Mariana Enriquez. Al igual que en numerosas obras de la autora, en El aljibe el núcleo familiar toma un rol central dentro de la historia; una familia, compuesta por mujeres en su mayoría, atraviesa la desdicha de los males ancestrales puestos sobre ella. Son las complejidades de este núcleo familiar las que le dan un sentido al cuento, dado que se ponen en juego las facetas más siniestras de cada miembro; la humanidad de los personajes —o falta de ella— es el motor de los cuentos de Enriquez.
(...) y no podía olvidar la ráfaga de odio y pánico en los ojos de su madre cuando le dijo que se iba a buscar a la bruja, ni cómo le había dicho: “Sabés bien que es al pedo” con tono triunfal. Mariela le había gritado “yegua hija de puta”, y no quiso escuchar ninguna explicación (Enriquez, 2009, p. 63 del cuadernillo de ingreso)
El egoísmo, la codicia, y el sacrificio son elementos más que necesarios para la construcción de los personajes de Mariana Enriquez. Y es que construye personajes humanos, llenos de una envidia venenosa y un individualismo voraz. Es la misma humanidad de los personajes la que se relaciona con el miedo. Algo sobre ser conscientes de nuestra parte más oscura, aquella que nunca ve la luz del día, nos provoca rechazo, nos perturba. Y más aún cuando se ponen en juego las relaciones intrafamiliares y aquello frente a lo que volteamos la cabeza, lo que no queremos ver. Allí yace el verdadero terror. Cuando aparece la violencia, la traición hacia un ser querido, cuando se miente o se oculta la verdad. La novela Nuestra parte de noche de Enriquez es un ejemplo perfecto del mismo procedimiento: el miedo que provoca insomnio no aparece con el diablo o los rituales satánicos, no, sino cuando Juan lastima a su propio hijo, Gaspar.
Gaspar vio cómo le acercaba de un tirón el brazo a la ventana y le clavaba los vidrios rotos; cortaba la piel con precisión, con saña y precisión, como si estuviera trazando un diseño. Gaspar gritó; el dolor era helado e insoportable, lo dejaba ciego, y cuando escuchó el roce del vidrio contra el hueso, el mareo lo obligó a gemir. (Enriquez, 2019, Nuestra parte de noche, p. 293)
Mariana Enriquez juega con las dinámicas familiares porque conoce el efecto que produce en el lector. El aljibe, en ese sentido, es uno más de su antología, en el que el miedo reside en lo familiar, lo oculto y lo pagano.

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