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    Mi profesora de lengua

    maru

    Aug 14, 2024

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    Mi profesora de lengua
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    "Lengua Castellana y Literatura". Mi peor pesadilla en el colegio. Tenía muchas faltas de ortografía y nadie me había inculcado leer. Era esa hora que cuando empezaba solo miraba el reloj de la pared; deseando que el tiempo fuera un poco más deprisa, que los minutos dejaran de parecer horas. Finalmente, como todos, fui creciendo y llegué a secundaria. Ahí conocí a una profesora que no le importaba tanto la asignatura en sí, si no que aprendiéramos a amar la lengua en su totalidad. Yo, que nunca había escrito nada por mi cuenta, me encuentraba con una profesora que nos mandaba a escribir una redacción cada dos semanas. Lo recuerdo perfectamente, en especial lo cutres que fueron las primeras. Sin embargo, poco a poco, fui escribiendo cosas que me interesaban más. Cuando me di cuenta, ya no me imaginaba mi vida sin plasmar palabras en algún lado.

    Mi mente, aun adolescente y sin conocerme del todo, pensó que sería otro hobbie, algo que disfruto pero que no daría mi vida por ello—claramente no podía estar más equivocada—. El bichito de la lectura ya me había picado. No sé cuántos libros juveniles pude leer durante esa época, pero les aseguro que no fueron pocos. En el último año de instituto ella se va, y me deja con un hueco en el corazón pero sobre todo con miedo. Miedo a cómo sería esa nueva profesora que ocuparía su lugar, si mis notas altas eran fruto de alguen bastante blanda y no por talento. Cuando la conozco estás fueron mis primeras impresiones: era joven, pero mucho más dura. Nunca vi tantos exámenes suspensos en una clase. Pero hubo algo en esa profesora que cambió todo: me hizo sentir que era buena de verdad. Recuerdo escucharla hablar de libros y apuntar rápidamente el título. Recuerdo el afán de leer y leer más. Recuerdo las ganas de escribir, de demostrarle que podía hacerlo bien. 

    Profesoras totalmente diferentes pero que marcaron un antes y un después en mi vida. La primera me hizo amar la literatura, pero la otra me hizo entenderla. Respeto profundamente el trabajo de un profesor, porque no solo te enseñan, si no que te cambian. Llegan, desarman todo lo que creías construido, y te dejan con millones de piezas sueltas para que las vuelvas a armar tú desde el principio. Habrán (tristemente), millones de profesores sin vocación, pero si tienes la suerte de encontrar a alguien que ame lo que enseña, todo cobra sentido. El sentido se encuentra en los pelos de punta en mitad de una explicación. Mirar atentamente sin apuntar nada, solo escuchando. Para mí, eso es aprender: tener los pelos de punta constantemente. Me recuerda a Antonio Machado, poeta y educador, que creía que el cambio se engendraba en la escuela. Él, que daba clase mediante el método socrático, mediante el diálogo. Donde la enseñanza no se basa en aprender el curriculum, si no que es el instrumento que puede regenerar todo un país. No solo se necesitan maestros, se necesitan educadores del alma.

    Hace poco me escribió mi profesora de secundaria y con ilusión abrí el mensaje. Sin citar, lo que recuerdo por memoria, dice: “Me alegro muchísimo que hayas decidido estudiar algo de humanidades. Cada vez somos menos, y tú has decido hacer lo que te gusta. Vas a aprender mucho, pero sobre todo, vas a vivir. Sigue escribiendo.” Sus palabras me llenan el pecho, se sienten como una palmadita en la espalda, de alguna forma, me reafirman que he tomado la decisión correcta.

    Cuando digo en alto por primera vez que estudiaré algo de humanidades, lo digo con ilusión pero a su vez con miedo. Las reacciones son peligrosas, los comentarios aún más. En un mundo donde cada vez se valora menos el arte, es difícil lanzarse en la piscina de los que están enamorados de ella. No obstante, una vez lo haces, solo queda mirar hacía delante con incertidumbre, pero especialmente con ganas. Las palabras de mi profesora se me quedan grabadas. Estar enamorado de las humanidades no solo te hace aprender sobre ellas, si no que te enseña a vivir.

    maru

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