Mi primer amigo

Una vez una profesora me llamó a su escritorio en un momento random porque había estado notando mi tristeza, y me dijo algunas cosas mientras el resto hacía tarea o qué sé yo (eso también es ser profesor). Entre ellas, me dijo que tenía una gatita y que la hacía muy feliz, por lo que me recomendó conseguir una mascota. Eso era algo que yo ya intuía, siempre quise una. Fue dos años después cuando llegó este negrito y lo confirmé.

No puedo evitar sonreír con cada referencia a su presencia. El ruido de sus patitas, su respiración. Que no haya espacio pero se quiera acostar al lado o encima mío igual, aunque estemos incomodísimos. El ruido cuando toma agua y el quilimbo que hace para comer. Escuchar el hociqueo a las puertas, porque no le gusta que estén cerradas; necesita espiarnos todo el tiempo. Absolutamente cualquier detalle que tenga que ver con él me hace reír o me da ternura. Ahí está, es eso. A veces buscamos las mejores palabras, para parecer inteligentes o hacer algo más o menos solemne. Pero creo que el amor es simplemente eso. Hacer reír y dar ternura.

Los primeros días, cuando era cachorrito, me he quedado hasta la madrugada esperando a que se duerma porque si me iba él me seguía. Literalmente una madre. Pero, aunque la mayoría llame hijos a sus mascotas, para mí él es mi amigo.