Mi locura.

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Ingenio para el mal.

Pienso, tal vez ingenuamente, en pueblos autosuficientes. En bloques de vecinos con sistemas de autoabastecimiento energético. No es una utopía técnica, es una posibilidad real. Pero no resulta rentable para quienes siempre se benefician de un modo insolidario y desquiciado de las necesidades de la sociedad.

El sistema eléctrico que nos sostiene es un suicidio colectivo evidente: concentramos toda nuestra dependencia en una sola red, cara, frágil y centralizada. Si esa red falla (y es evidente que puede fallar), nos deja tirados en la cuneta. Todo para que unos pocos sigan viviendo en un lujo insostenible, a costa del Pueblo que vive en una cuerda floja que mantenemos con nuestra vulnerabilidad.

Existen ya hogares que se abastecen por sí mismos (no es un sueño alocado). Ese debería ser el modelo a extender: un sistema distribuido, diverso, adaptado a cada comunidad, a cada edificio, a cada pueblo.

En España (en el mundo) hay superficie de sobra —tejados, fachadas, espacios públicos— para instalar tecnologías limpias y sostenibles. Y cada día surgen modelos más eficaces: aprovechamiento del sol, del viento, de la lluvia, de las vibraciones del suelo (pisadas). La energía está en todas partes. A cada paso. Solo hay que aplicar la ciencia, olvidando la intención de dominio y planteada como aliada de la vida.

Pero seguimos dedicando el ingenio a la muerte. Ciencia al servicio del armamento. Imaginación volcada en la destrucción y la muerte.

Mientras tanto, la energía ni se crea ni se destruye, solo se desaprovecha; como siempre.

¿Soy yo el loco?