Escribo ahora, pues mi voz ha enmudecido
de tanto gritar.
No hay lugar dónde pueda albergar esa parte
obtusa del corazón, que enfría y hiere
de gravedad al cuerpo.
Fugaz escalofrío que,
en mis venas, dura una eternidad.
Me ahogo en la sangre,
me hundo y nadie puede guiar
mis manos a tierra firme.
A lo lejos, puedo verlo:
es mi hogar.
Es tan pequeño, diminuto
como una piedra
de porcelana.
Arde. Arde cálidamente.
Quisiera avisar, gritar a todos los que están observando
dichosa escena, que por favor
salven mi casa.
Pero no pude. Las palabras perecían justo
bajo una lengua cínica
que ya no me pertenecía.
Finalmente, escapé de la marea.
“No fue para tanto” dijeron
las voces de quiénes
vivían en las aguas.
Y, cuándo lo pensé,
me percaté de ello.
Tenían razón.
Ahora escribo esto cerca
de unos cimientos
carbonizados.
Y todo porque temí nadar
dentro de mi
mismo.
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