Fui a la iglesia. Y que maneras maravillosas tiene el dueño de todo esto. No fue casualidad llegar a su casa justo cuando todo dolía.
Los minutos pasaron. Me sentía rara. No era mi casa. No era su casa.
Era tu mundo. El mundo en el que vos creciste.
Elegí una silla de manera estratégica. Nadie me veía pero yo veía a todos. Yo sabía lo que se avecinaba. El temblor de mis manos, los ojos secándose como cuando el mar se retira de la orilla para volver de manera mas violenta, eran las lágrimas. La inquietud de sentir que en cualquier momento podías cruzar por esa puerta.
Y lo hiciste.
Te vi en las melodías. En las guitarras estacionadas. En la batería inerte.
Te vi cuando me invitaron a cerrar los ojos. Te vi en la fe de los demás. En cada persona que creía.
Te imaginé ahí. Porque vos eras mi forma de creer en algo. Y no sé si eso tenga nombre, pero yo le puse el tuyo.
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