Mi escritura está esperando que me muera para hacer de mi nombre un lugar en la estantería.
Mi familia espera que me devore la muerte para amar, por fin, la figura intransigente de mi vida.
Y el amor... ese apacigua su espera, como si luego le importara un corazón que cruje por los gusanos que nacen dentro.
Al final, ¿es la muerte el verdadero amor de mi vida?
Quizás voy por el mismo camino de desdicha que mis referentes.
Tal vez debería sucumbir en el pozo de los deseos efímeros.
El reconocimiento es una ruleta rusa, pero el gatillo se asquea solo de pensar en atravesar mi piel, respirar mi alma y ahogarse en la cursilería de mi fe.
¿Para qué tengo fe?
Se me ríen todas mis necesidades.
“Dinero”, me dicen, “eso es lo que querés”.
Pero estoy dispuesta a transformar mi sangre en pequeños coágulos de poesía, para infligirme la vida, hasta que me abrace la trascendencia.
Si escribiera por dinero, aún ganando, seguiría siendo pobre.
Porque eso no reivindica lo único que me mantiene vívida.
Porque no sería mi lenguaje la tijera que corte la inconsciencia de mi cuerpo suspendido desde el techo.
Pienso que mis últimos momentos humanos, ante la luz póstuma, serán mimados por ángeles fetichistas; acariciarían mi rostro como si no conocieran mi fracaso.
Besarían, incluso, la vida que se me escapa.
Pobre de los cielos que reciban mi supuesto espíritu:
“Ni le concedieron el amor, ni indagaron en lo poco que creó.”
Hasta yo —mientras lean mi hoja mundana de acciones— preferiría seguir suspendida de la cuerda.
Y peor aún el infierno:
“Ni tuvo las agallas de pactar con nosotros, ni el descaro de escribir, al menos, algo comercial.”
Mejor me quedo con el sepulturero y charlo con su pala.
Menos quisiera escuchar el monólogo familiar:
“No fue médica, ni ingeniera, ni arquitecta, ni política.”
No hay reconocimiento que valga para que el artista tenga, en vida, un lugar de paz.
Siempre duerme con vos la insuficiencia.
Y, pasivamente, al oído, con la mirada, te lo hacen saber.
Así que quizá sí, deba morir en el olvido.
Tal vez ahí la fuerza universal encuentre su equilibrio.
Yo soñaré con encontrar a Poe y reposar a un costado de su trono, como el cuervo más negro y maldito.
Mi escritura juntará polvo en la esquina de una estantería.
Mi familia, audaz, seguirá con su vida.
Y al menos los gusanos crecerán en la dicha de comerse lo que no supieron aprovechar los humanos.

Gomez, M.
Ensayos psicológicos • criminológicos • filosóficos • literarios ○ Ensayos/Discursos Políticos
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