Mi dulce aroma

Ella cuidaba con atención y cariño su jardín cada mañana. Durante el ocaso, permanecía allí, unos instantes, observando la unión perfecta entre el horizonte colorido y el océano infinito, aguardando por la llegada de su gran amor. Pájaros y mariposas lo rodeaban en su caminar profundo y verdadero, junto a la intensa luz del último rayo de sol.

Durante el atardecer, su corazón podía percibir el aroma dulce y perfumado de los pétalos de rosas, al sentir su sana y pura cercanía. Sus brazos la rodeaban, como dura armadura contra el intenso frío del invierno y, las primeras estrellas presentes se convertían en meros testigos de sus mágicas miradas más profundas de amor. 

Él la observaba con detenimiento a cada instante. Luego, rodeó sus brazos con los suyos y esbozó una tierna sonrisa.

—Eres todo aquello por lo que soñado, amor mío —exclamó él, mirando sus ojos con dulzura—. ¡Eres tú, mi dulce aroma a vida, a a tierra, a aire y al fuego que se dibuja en los cielos y dan paso a las noches más hermosas de mi acontecer! 

Ella sonrió y el brillo de sus ojos delató sus palabras de amor más sinceras. 

—Y tú eres el dueño de este jardín, amado mío. Tú haces perfumar mis rosas, mis claveles, mis sentires y mis deseos de amor más profundos. Tú eres el secreto de la inmensidad y belleza de este cielo estrellado, tú eres la paz inquebrantable de los rincones más increíbles de este océano. Tú y sólo tú, eres mi luz y amor verdadero en este caminar de amor. 

Ambos sonrieron y se fundieron en un apasionado beso. De sus corazones se elevó hacia los cielos una ráfaga de luz dorada que los enalteció hacia la eterna unión de sus almas, en consonancia con la promesa de amor del dulce aroma de las rosas.