Me siento tan triste que hasta podría creer en Dios. Pero no en ese Dios de las iglesias, perfecto, distante, inquebrantable. No. Creería en un Dios derrotado, que se arrastre conmigo por las noches, que también se tape la cara para no llorar frente a nadie. Un Dios que alguna vez amó a alguien que no volvió, que esperó respuestas y solo recibió silencio. Creería en ese Dios, uno que no sepa cómo sanar, pero que se siente a mi lado y al menos me escuche en silencio.
Porque me siento tan derrotada que ya no sé a quién implorarle que me quite este sórdido vacío del pecho. Ya no puedo más con este nudo que no afloja, con esta tristeza que se extiende como una mancha que lo cubre todo. Estoy cansada de doler, de levantarme con la esperanza vencida, de fingir fuerza cuando todo lo que quiero es que alguien me abrace y no me exija fortaleza. Me siento abandonada, y ni siquiera sé si hay alguien allá afuera que lo note.
Solo quisiera sentir una mano cálida, un cuerpo que no huya, un alma que no me suelte. Quisiera que alguien —aunque fuera un Dios olvidado— aún crea en mí, cuando yo ya no puedo. No pido milagros, no pido promesas. Solo un poco de fe prestada, un poco de abrigo, un poco de ternura en este mundo que ya no sabe nombrarme sin herirme.
Si existe ese Dios, que venga. Que no diga nada. Que solo se siente conmigo mientras intento no morirme hoy.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión