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    Mi desayuno: Té negro, tarta de yoggurt con mermelada de frutos rojos y una ola de nostalgia

    Gustavo

    Mar 17, 2025

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    Mi desayuno: Té negro, tarta de yoggurt con mermelada de frutos rojos y una ola de nostalgia
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    Al reposar la taza de té en la mesa y mirar por la ventana de la cafetería, una lluvia de pensamientos me empapa mi normalmente ruidosa cabeza. Hoy se cumple el hito de dos semanas lejos. Lejos de las sonrisas familiares y las tardes con amigos de toda la vida. De los pelos de gato y el olor conocido del detergente en las sábanas. Lejos de la comodidad y la seguridad de un abrazo materno. Lejos. En un país, a miles de kilómetros de distancia, cuya existencia, desconocía hasta hace un año. 

    Embriagado por el licor de la noche anterior y por la nostalgia de esta lejanía, la taza de té negro, una tarta de yoggurt con mermelada de frutos rojos y un idioma desconocido entre los labios de la gente que me rodea, me hacen compañía. He dormido todas las noches con el peluche que me regaló mi mamá en navidad. Hoy llevo puesto el suéter que me hizo mi amiga más querida.

    Igual que mi desayuno, estos objetos me acompañan,  y me guían a través de un mapa que no entiendo, pero que puedo seguir gracias al recuerdo de ellas impregnado en la tela. 

    La añoranza por el hogar conocido, se contrapone a la emoción de vivir en lo desconocido. Un sentimiento que, en los momentos más débiles, me empuja hacia la culpa por el disfrute. El deseo se convierte en mi mayor enemigo, pues no me veo merecedor de alcanzarlo. Solo el duro golpe de la realidad, o del frío al caminar las preciosas calles de Maribor, me hace caer en la conciencia de mi privilegio. Sólo así, el deseo deja de ser el antagonista de mi narrativa, permitiéndome respirar y disfrutar de la vista. 

    La ciudad que me acoge con brazos abiertos ya no se ve hostil como la primera noche. Los dos días de viaje y el cansancio, habían construído en mí una ansiedad que lentamente recorrió mi cuerpo hasta explotar.  La oscuridad de esa primera noche dibujaba monstruos preparados para atacarme. Fue con la claridad de la mañana que pude ver los árboles detrás de las máscaras aterradoras y apreciar la belleza de la vista que ahora me da los buenos días y me prepara para descubrir los rincones, detalles y tesoros que Maribor tiene que ofrecerme. 

    Ya solo quedan restos de mermelada en el plato. El fondo de la taza es cada vez más visible, pero también lo es la solución para mis olas de nostalgia. Resguardarme en las teclas de mi teclado, en el efecto aislante de mis auriculares y en el exorcismo de mi mente a través de mis palabras. Incluir la escritura en la rutina, cada vez menos amorfa, de mi vida estos próximos seis meses. Pausando, solamente, para secar mis lágrimas con las servilletas de una cafetería desconocida, en un país ya no tan desconocido.

    Gustavo

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