No sé querer a nadie.
Y cuando alguien intenta quererme, se corta.
Como si tuviera filo mi piel.
Como si dentro de mí hubiese algo que oxida,
algo que pudre lo que toca.
Crecí acompañada por una sombra que nunca se fue.
No habla, pero respira detrás mío.
A veces la siento cuando me miro al espejo:
no copia mis gestos,
solo me observa, paciente,
como si esperara que finalmente me rinda.
Nunca supe dónde pertenecer.
No hay casa, ni cuerpo, ni abrazo que me reconozca.
Cuando estoy triste,
no tengo a dónde correr.
Solo me escondo en mi propia mente,
pero incluso ahí hay puertas que se abren solas.
De chica creía que mamá podía salvarme.
Soñaba con su voz calmando todo lo que dolía.
Pero cuando empecé a crecer,
descubrí que a veces la escuchaba hablar sola,
decir mi nombre cuando yo no estaba.
Y entendí que no era a mí a quien llamaba.
Desde entonces, soy solo yo.
O eso me gusta pensar.
Porque hay noches en que siento otra respiración en la cama,
otra tristeza que no es mía,
y algo me susurra que nunca estuve realmente sola.
Este año me torció por dentro.
Cada órgano se movió un poco de lugar.
A veces, cuando respiro, escucho ruidos que no deberían estar ahí.
Como si hubiera algo creciendo adentro mío,
algo que late con mi nombre,
esperando el momento exacto para salir.
A veces me miro al espejo y no me reconozco.
Parpadeo y mi reflejo no lo hace.
Sonríe.
Como si supiera algo que yo todavía no sé.
Y tal vez tenga razón.
Tal vez no sea tristeza lo que llevo adentro,
sino algo más antiguo, más vivo.
Algo que nació conmigo
y que, cuando nadie me mira,
por fin respira a través de mí.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.


Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión