MI BARRIO
Si hay algo que dejó una profunda impronta en mi vida, fue el barrio donde transcurrió mi infancia. Mi barrio tenía un aspecto y una magia tan especial, que hizo de mi niñez una inolvidable experiencia emocional, y puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que fue mi lugar en el mundo. Aún recuerdo cómo, su quieta sencillez, emanando desde cada casa, esquina, calle, y vereda, se expandía `por todos los rincones hasta alcanzar las copas de los árboles, mudos testigos de mis andanzas infantiles.
Sus calles de tierra estaban salpicadas de innumerables baldíos, donde los niños jugábamos a la guerra, imitando las historias bélicas de las series de televisión, patrullando zonas boscosas y luchando contra invisibles enemigos, a los que vencíamos luego de una sangrienta batalla en la que nadie moría o terminaba herido. Obviamente, ninguno de nosotros quería dejar de jugar, y, por eso, nuestro ejército nunca sufría bajas.
Recuerdo cuando en las veredas de tierra cavábamos pocitos para esconder a nuestros soldaditos de juguete. Y donde también, marcábamos con un palito las líneas para jugar a las bolitas o al trompo.
En aquellas veredas, muchas veces disfruté de las surreales tonalidades que el cielo me obsequiaba al momento de la puesta del sol. Así, en el invierno, el tono rojizo de la tarde junto al gris de las nubes, formaban un increíble color violeta, nunca más visto por mí. En verano, el rojo intenso del cielo semejaba a un gran incendio que abarcaba por completo el firmamento. El color anaranjado de las tardes de primavera, anunciaba que pronto llegaría el calor estival: símbolo absoluto del final de la escuela e inicio de mi libertad. En otoño (desde siempre, mi estación preferida), el azul oscuro del cielo anunciaba la pronta llegada de los intensos fríos del invierno.
En aquellos tiempos, las veredas estaban adornadas por grandes árboles de olmos, a los que siempre trepaba en busca de un solitario refugio donde pensar con total libertad. Bajo la sombra de aquellos árboles, protagonicé muchas de las increíbles situaciones que me tocaron luego vivir a lo largo de mi vida. Pero también mantuve, con mis amigos de entonces, largas conversaciones de una profunda sabiduría popular que aún recuerdo hasta el presente.
En mi barrio viví veranos con mañanas de fútbol y noches de jugar a las escondidas; otoños con barriletes fabricados con papel de diario y remontados en la canchita; largos inviernos pechando la calesita, y luminosas primaveras, cazando a ramazos las mariposas que, por aquellos años, invadían todo el lugar caracoleando de aquí para allá. Pero lo que más recuerdo con cariño, y, sobre todo, mucha nostalgia, era ese brevísimo instante en que el silencioso paisaje de campo se teñía con el tono rojizo del atardecer, momento para mí siempre mágico.
El recuerdo de mi barrio sigue siendo el lugar emocional donde me refugio cuando me veo superado por los imponderables que a veces, la vida me presenta. Y es en esos momentos cuando recuerdo sus árboles altísimos, sus casas a medio construir, los amigos de la infancia, sus veredas y calles de tierra… En fin, aquel lugar donde hace mucho, pero mucho tiempo, fui tan feliz.

Roberto Dario Salica
Roberto Darío Salica Escritor de Córdoba, Argentina. A la fecha, ha publicado cinco libros, uno de cuentos para niños, poemas, relatos de la infancia y de relatos fantásticos.
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