Quizás mi primer acercamiento con la literatura haya sido gracias a las historias que me contaba mi abuela para dormirme; historias como La princesa y el guisante, El príncipe rana y Ricitos de oro, entre otros clásicos. Aún habiendo sido transmitidas oralmente, hace ya más de quince años; ahí siguen, en el fondo de mi memoria. Y ahí se quedarán.
Los primeros libros que llegaron a mi vida se los debo a mi mamá; siempre fue una mujer bastante intelectual y muy consumidora de ficción; lo segundo, innegablemente me lo transmitió. Desde chica me inculcó la lectura. Empezó comprándome libros de mitología con tintes infantiles, que poco a poco fueron despertando en mí una obsesión por la fantasía, la magia, lo desconocido y lo oculto. Sin duda, el libro que lo cambió todo fue El herbario de las hadas de Benjamin Lacombe y Sebastien Perez que comienza con un epígrafe de Edgar Allan Poe, que describe perfectamente en lo que me convertiría desde ese entonces: “Aquellos que sueñan de día comprenden muchas cosas que escapan a los que sueñan solo de noche”. Así fue, crecí con mi cabeza fuera de este mundo y en algún punto de mi vida eso empezó a pasarme factura. Volcarse de lleno a historias fantásticas tiene sus cosas negativas, como desencantarse con la cotidianidad y chocarse con la poco prometedora humanidad; pero también hay cosas buenas: tu imaginación se expande, te convertís en espectadora de todo tipo de realidades, cedes ante una gran variedad de emociones que afloran y cuando menos te lo esperas te encontrás siendo un cúmulo de sensibilidad que es igual de maravilloso que de tedioso.
Al inicio y durante mi adolescencia empecé a diversificar mis lecturas. Incorporé obras de teatro, como La dama del alba de Alejandro Casona o La Malasangre de Griselda Gambaro; novelas filosóficas, como La insoportable levedad del ser de Milan Kundera; de época, como Asia de Iván Turgueniev; de terror, como Entrevista con el vampiro de Anne Rice y de distopías, como Cadáver exquisito de Agustina Bazterrica.
A partir de quinto año del secundario tuve Literatura como materia, y enseguida me di cuenta de que realmente disfrutaba las clases. Tal vez era la más participativa porque, como le ocurre a muchos lectores, sin querer empezás a relacionar estilos, corrientes, conceptos, arquetipos, referencias, etc., por eso mismo y más, me entusiasmaba muchísimo conversar con mis profesoras. Fue en ese transcurso de dos años durante el cual me di cuenta que quería estudiar Letras.
Antes de las Letras, mi vocación iba a ser la Biología, intención derivada de mi etapa más esotérica y hippie; nacida de una infancia rodeada de relatos mágicos y a los que, al crecer, quise seguir aferrándome. Por lo tanto, encontré una extensión de esos misterios en practicar el paganismo (de forma ecléctica, ocasional y particular) de diferentes pueblos milenarios. Donde la vida en tierra, la influencia de los astros y la conexión del ser humano con ambas eran cruciales tanto para el desarrollo espiritual de las personas y el progreso de sociedades enteras. Estas comunidades, antes de la castración evangelizadora, veneraban a la naturaleza en forma de deidades. En esa cosmovisión suya estaba la mitología con la que se habían adornado las historias que me conmovieron de chiquita; muchas de las cuales me siguen teniendo cautiva, aún hoy: sirenas, duendes, brujas, guerreros, magos, hadas y plantas mágicas que de mágicas muchas veces no tenían nada. La Tierra está llena de secretos. La botánica parecía estar llamándome a gritos, y ¿quién era yo para negarme a ese bendito saber?
Así fue que estuve convencida de que la carrera de biología era para mí. Hasta que la sed insaciable de conocimiento me arrolló por completo y superó la mera curiosidad. Sospechaba que la Biología no iba a cubrir esa necesidad. Necesidad, que la Literatura parece apaciguar e incrementar al mismo tiempo (lo cual me fascina).
En mis últimos dos años de secundaria acabé concluyendo que Letras era la carrera indicada para mí. Lecturas de todo tipo me estarían esperando; algunas alucinantes, capaces de ampliar mi conciencia a lugares nunca antes pensados, y otras igual de interesantes, aunque más densas. Pero de las que al final, aprovecharía hasta la última gota de su sabiduría.
Para finalizar, adoro la versatilidad que la literatura le da al lenguaje,así como su capacidad para embellecer y enriquecer un idioma, dandole un uso artístico que impacta en nosotros de una forma tan visceral. Es fascinante que, acomodando cuidadosamente las palabras en determinado orden, puedan nacer miles de historias que están dispersas por todo el mundo, muchas de ellas aún esperando ser descubiertas.
El lenguaje es poderoso. Querer expresar algo y tener la oportunidad de hacerlo es un privilegio que muchas veces pasamos por alto y del que no hacemos uso, aun teniendo los medios para ello. Hoy, en nuestro país, tenemos la suerte de poder alzar nuestra voz sin miedo a ser censurados, heridos o asesinados. Deseo hacer uso de mi voz y de esta posibilidad por las causas que sienta necesarias. Todavía soy ignorante respecto a varias cuestiones, pero estoy en este mundo para aprender. Elegí esta carrera porque me parece la más apropiada para formarme como la persona íntegra que quiero ser, porque sé que me dará los saberes necesarios para cumplir mis propósitos y, lo mejor de todo, de una forma de la que disfruto enormemente: la lectura.
Para resumir, mi nena interior desea que me convierta en un mago erudito.
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