Merecer, merecemos.

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"Lo que se hace en esta vida, tiene su eco en la eternidad".

Así debe ir lo de la meritocracia, en un paluego entre muelas de molino eterno.

Si fuera rentable para uno el denodado esfuerzo, eso que venden, sobre todo quienes viven del esfuerzo ajeno, los más hubiéramos sido pingües herederos. ¿Acaso no machacaron sus sus espaldas y sus huesos nuestros padres, nuestros abuelos?

Y veríamos a leones de albañil con ropa cara y coches buenos. No coches un poco caros, no, coches de los de la élite, pues ¿Qué élite trabaja más que un jornalero?

Yo he ganado dinero, claro, pero ni la quinta parte de lo que mi esfuerzo mereció. Méritos no pagados.

La meritocracia es un invento/mentira como lo es la democracia. Teorías sin un buen reflejo en la realidad. El espejo de esas ideas tiene una superficie tan opaca, roída, gastada, que nadie puede reconocerse en él.

Si se nace pobre, se muere sin riqueza, harto de trabajar o delincuente, adicto, insolvente. A veces se amontonan ahorros, producto del no disfrutar más que de no gastar, y, el denodado esfuerzo de toda una vida, es gozado por un sobrino o un primo lejano. El personal que nace pobre, muchas veces, además, se hace a sí mismo un desgraciado.

Entre los ricos también se llora, claro, pero solo pasan frío esquiando.

En fin, crean en méritos, en dioses, en espíritus de ultratumba, en extraterrestres lagartos, en la decencia de las derechas, en el Sistema Capitalista, en el cura párroco, en el voceras del bar, en Aldama, en el Balón de Oro, en la honestidad de los jueces y de los árbitros...

Crean en que el trabajo los hará libres (y ricos), y vivirán esclavos.

Ya queda menos para que se pase la Navidad.