Para hacer un “Análisis de la mentira en dos obras de Nietzsche”, comenzamos pasando revista sobre los conceptos de dionisíaco y lo apolíneo en El nacimiento de la tragedia. Así, mientras que lo dionisíaco es la embriaguez y la pérdida de la individualidad, lo apolíneo se aparece como el manto artístico que de forma más amable cumple la función de encauzar el desborde de la pulsión dionisíaca. Pero este “manto artístico” no es otra cosa que un mundo personal hecho a la medida del artista, lo que he llamado una forma de mentira. Pensemos en la sugerente imagen del soñador, quien crea un mundo sólo para él. Entonces gracias a la apariencia el mundo es tolerable.
Al elaborar nuestra hipótesis 1 confrontamos la pulsión artística con la voluntad de verdad y el hombre analítico. Pero, afirmar el arte es distanciarse de la verdad “para todos”, ya que este “para todos” es lo anónimo, donde nada sobresale o descuella, sino que es, para Nietzsche, la mansa y pasiva aceptación de lo masivo.
En el tratamiento del opúsculo Verdad y mentira en sentido extramoral vemos que la mentira no es algo que aparece como medio para engañar sino una afirmación de la individualidad inevitable. Que dicha afirmación se haga en sentido extramoral implica que no se vincula a la bondad o la maldad; se diría que, más bien, la mentira es una condición fáctica. Hemos visto que, según la caracterización de Nietzsche, todos mentimos y que decir la verdad no es más que afirmar la mentira del poderoso. Las metáforas individuales se petrifican en el tiempo por la afirmación hegemónica del poder.
Llegamos así a la segunda parte, llamada “Análisis de la bondad en dos obras de Nietzsche”, y la aparición del último hombre. Este es quien detenta los valores establecidos y largamente sedimentados en la cultura y las costumbres, los últimos hombres inventaron la felicidad; pero a este se opone el superhombre, que es la persona creativa y creadora, un artista. Sin embargo, la bondad se reveló incapaz de crear valores. Se trata de estar más allá del bien y del mal. Antes de oponer bien al mal se trata de trascender la moral a través de la creación artística, lo que hemos llamado mentira. Para que el bueno pueda ejercer el “bien” y no sucumbir en la maldad, hemos dicho debe ser un privilegiado, porque puede satisfacer las necesidades que lo involucran sin desafiar el orden establecido, la mentira es una forma de cambio social, de revertir un orden y crear algo nuevo. Pero como hemos visto, las virtudes del hombre bueno son la obediencia, no el heroísmo, ya que para el hombre bueno hacer el bien es una extensión de sí mismo antes que un sacrificio; hace “lo correcto” porque es lo más cómodo para él. Pero no sólo el hombre bueno es un privilegiado, sino que es incapaz para el acto creativo.
En La genealogía de la moral Nietzsche analiza cómo lo bueno es lo útil y beneficioso, el bueno es el que no me daña, dice el hombre de la plebe. Así lo bueno es lo previsible, lo que no es caprichoso, lo que no es original: lo bueno es decir la verdad. Quien dice la verdad es predecible, y, agregamos nosotros, utilizable. En cambio, el superhombre es contradictorio e imprevisible, nunca se sabe cuál es “su” verdad. Para Nietzsche en su origen el bien no se preocupaba de los débiles sino de su poder soberano.
La segunda hipótesis, pues, nos hace ver que el artista y el creador es el hombre malo en oposición al bueno, o al último hombre. Esto se deja ver en los análisis de Nietzsche que redundan en la filología y la inversión lingüística de lo que es bueno. En su origen bueno equivalía a noble. Por eso lo que debemos guardar en nuestro trabajo es que el malo, según la modernidad, es lo que originariamente era el noble. Así, el noble, en tanto aquel que hace su voluntad se parece más al mentiroso. Mentiroso tiene una connotación moralizante. Ahora bien, si no hay verdad, sino una imposición de fuerza, mentiroso es el auténtico, el que no sigue los valores gregarios, y por tanto el mentiroso es el progresista: aquel que instala un orden novedoso.
En suma: todo esto nos conduce a la idea central de nuestro trabajo, a saber, que, así como el hombre de la verdad era incapaz de afirmarse en la vida mediante la producción artística y un mundo ficcional a su medida, el hombre bueno aparece como aquel que se deja regir por la moral imperante y en su afán resentido ataca todo lo que genuinamente se opone al flujo de lo anónimo. El hombre bueno, en definitiva, no es más que un hombre viciado de raíz e incapaz para el acto creativo. No se afirma, sino que es reactivo. Y en tanto detentador del poder admitido por las sociedades gregarias goza espontáneamente del prestigio que le da el carácter de ser “bueno”. Por el contrario, que el hombre creador y auténtico aparece como malo. Contra él se complotará una sociedad que tenderá a aniquilarlo o neutralizarlo. Según Nietzsche el triunfo en la historia se da en la dirección del progreso. Los plebeyos han triunfado y homogeneizan todo, nivelan para abajo, vivimos en una sociedad decadente, sin brillo. Desde esta filosofía, la restauración de la grandeza de Occidente solo puede estar dada por los excluidos, los que, encontrándose como un pueblo, volverán a iluminar occidente. La restauración del mundo será hecha por los malos. Esa es la enseñanza que nos deja Así habló Zaratustra, y es la invitación que hace el filósofo a encontrar a sus compañeros. Si bien no es un aspecto central del libro, en muchos pasajes Nietzsche plantea la necesidad de restaurar un orden moral donde se permita a los hombres superiores ejercer su grandeza. No queda claro si se trata de la nación alemana o de una “nación espiritual”, pero ciertamente queda sugerido que se trata del pueblo germánico.
Tal como vimos al inicio del estudio, la afirmación del hombre elevado se da por su capacidad de mentir. Esta mentira tiene en Nietzsche un sentido dual: no se trata de engañar a fin de sacar provecho en una situación social, sino de crear un mundo de relatos y valores a la medida del superhombre. Hemos dicho que el hombre teórico y la voluntad de verdad son los enemigos del arte. Si tuviéramos que resumir en una idea lo que sugiere la lectura de Nietzsche diríamos que se trata de perderle el respeto a la realidad. Las tesis de Nietzsche son provocativas, no hay doble moral, pues no hay algo así como una verdad, una forma de factualidad en forma de hechos dados que deben ser aceptados por todos; en cambio, hay interpretaciones y una batalla sin tregua por el sentido. El hombre elevado se emancipa del temor a mentir, pues sabe que todo es mentira. Para el hombre de la verdad, el hombre que miente es el hombre malo, mientras que el hombre bueno es quien dice la verdad y quien no desafía el orden establecido.
No podemos evitar pensar que las tesis niezscheanas se vuelven una apología de la creación y del artista. El artista es aquel que crea ficciones significativas y sus ficciones están más allá de la verdad o la mentira. En términos rigurosos no son la verdad, pero es interesante cómo en nuestra sociedad admitimos a los poetas y los escritores como artesanos de la mentira que, sin embargo, hablan directamente al corazón y al alma. Sin embargo, se lo tolera siempre y cuando revista ese aire de “fábula”, de contrato ficcional; lo cual despierta la pregunta: ¿cuál es la verdad de la ficción, es decir, de la mentira?
Finalmente, en términos políticos podemos decir que ninguna situación de injusticia se solucionará repitiendo la verdad del poderoso, sino que siempre se trata de decir nuestra verdad, la ideología que pudo tener Nietzsche (como evidencia con su teorización sobre “moral de esclavos”) no es halagüeña, pero no quisiera terminar esta conclusión sin decir que, frente al despotismo de los poderosos, la única resistencia consiste en perderle el respeto a la verdad, ya que esta siempre será una imposición del poderoso. Las tesis nietzscheanas nos invitan a reconciliarnos con nuestra mentira. Una mentira útil a nuestra propia vida individual.

Bonchi Martínez
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