Todos los mensajes te corresponden. Siempre estás de alguno de los dos lados cuando pienso en escribirlos, incluso cuando me los guardo, o cuando me pierdo mirándote escondida justo en el pedacito del galpón en donde no iluminan bien los focos.
Itermiten, a veces, cuando tosés prendiéndolos un poco. Y entonces me contento entre vos y el juego de luces y me olvido de qué quería decirte, de por qué estaría enojado, o por cuántos días quisiera no saber tu nombre.
Hay una manía en tu impronta que le resta la suficiente importancia al mensaje como para que nunca llegue a destino.
Y aquello explica tanto mi amor,
como tu ausencia en partes iguales.
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