El gris inunda la ciudad con su inconfundible presencia. Silencio profundo. Es mediodía pero el barrio parece no haber despertado. Cada tanto, se escucha un piar lejano. Corre una brisa pesada e intermitente. Es el retrato de un final anunciado: Domingo de lluvia.
La calma que antecede a la tormenta es interrumpida por un chisporroteo suave. Llegó el Agua.
Las gotas caen como lágrimas por las paredes laterales de los edificios y se quedan en los techos con melancolía. Su sonido es dulce, como el de un palo de lluvia. Viajo a mi infancia por un instante fugaz; disfruto su sonido.
Llueve fuerte. Todo se vuelve más gris. Sin embargo, los árboles encienden sus copas como si estuvieran llenas del resaltador verde que ahora uso para estudiar. Me imagino pintando cada árbol, como si fueran palabras en mi texto.
Cierro los ojos, respiro hondo. El olor a lluvia y tierra mojada llenan mis pulmones. Melancolía. Silencio profundo. El gris me inunda con su inconfundible presencia.
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