Imaginate, digo,
ser tan nocturna de vos misma,
tan desbordada en tu propio eco,
que ventilás una muerte inventada
como quien sacude migas de la mesa.
Hay un temblor en esa risa.
Un filo que no entiende el cuerpo,
una sombra que se cree historia.
Mientras vos tejías amenazas
con hilos mojados de fantasía,
yo miraba cómo la noche se abría
como un párpado descansado.
Decís que lo hiciste por amor,
pero tu amor es un teatro vacío,
un monólogo que nadie escucha
salvo vos,
salvo esa voz que siempre vuelve
a contarte la misma mentira.
Te imaginaste heroína,
profecía,
destino.
Te viste entrando en mi casa
como una luz revelada,
convencida de que él te seguiría
como un perro ciego
hacia tu fábula.
Pero no.
La locura también tiene fronteras
y las tuyas son espejos rotos.
Yo sólo recojo los restos,
los miro,
los dejo hablar:
hay cosas que ni la furia puede sostener.
Hay delirios que se caen solos.
Y vos, ahí,
refugiada en tu propia tormenta,
gritando un nombre que no te pertenece,
como si la tragedia pudiera
convertirse en triunfo
con sólo repetirla.
Quedate con tu sombra.
Quedate con tus fantasmas.
Yo sigo.
Lenta.
Clara.
Entera.
Porque algunas historias
se pulverizan al amanecer.
Y otras,
aprenden a caminar sin mirar atrás.
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