Sentado en una reposera
bajo el sol de fines de invierno
junto a mi perro de cabeza grande
y pelo corto y liso,
el jardín de mis padres
se me presenta como un paraíso
y me empalago del verde
de su vegetación
y del azul del cielo
al mediodía
Observo y admiro los primeros
capullos de unas flores lilas
Oigo el nostálgico cantar
de los omnipresentes benteveos
Huelo el húmedo olor
del pasto recién cortado
En ese momento
una ligera nube oculta
al sol por un instante
Y mis voces arremeten:
“¡Hay hambre en el mundo! ¿Qué haces acá?”
Intento volver a admirar el capullo de las flores
“Hay guerras en el mundo y vos perdiendo el tiempo”
Trato de oír el cantar de los benteveos
“La gente sufre la gente sufre y vos acá”
Lucho por oler el olor del pasto recién cortado
“¡Deberías, deberías, deberías!”
Me dispongo a levantarme
y hacer mis deberías
Pero mi perro salta hacia mí
y con protestas entre risas
lame mi rostro
y se acuesta encima mío
apoyando su cabeza en mi regazo
no dejando que me vaya
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