¿Qué sé yo de romance si ya sufro el día donde no te conozca?
Estamos en pijama la noche en que me confesas, casi con miedo,
que el mundo te duele. La cama está cubierta de papeles de caramelo
que supieron ser adivinanzas hechas a la mitad, cortadas por una idea o
una carcajada, y yo siento que el pecho se me hunde a la par tuya.
A la mañana siguiente desayunamos con el sol en la cara.
Soñamos, las manos apuntando al cielo, con otro país, con un extranjero que nos explique cómo vivir, qué
hacer con todo este dolor atorado en la garganta. Qué hacer con este país.
Suena nuestra canción favorita y bailamos como en esa película que vimos
aquel invierno dónde el mundo era tan sencillo que creíamos podíamos sobrevivirlo.
Hay una feria fuera de casa y la recorremos en silencio. Ay, el silencio. Lo rompo sólo
una vez para decirte que a mi también me duele. Que en ocasiones quiero rabiar
como niña. Patalear, saltar, romper cartas anillos verdades.
Me contestas con una sonrisa. Ya sé porque somos amigas.
Llevamos el mismo pintalabios. No te tengo que decir nada. Ya sabés.
Hablamos con un inglés a la salida de la fiesta y concluímos con que nadie nos va a enseñar
nada. Que las cosas se aprenden haciendo. Si, haciendo y viviendo. Vos y yo, que sentimos mucho.
Que sentimos demasiado, quizá. Que el mundo es una herida abierta.
Una herida por donde ver para el otro lado.
No sé de romance pero por ahora te tengo. ¿Que voy a hacer cuando te vayas?
Me mato si te vas, me decís la próxima vez que nos vemos, haceme acordar que te cuente.
Quizá el amor es contar historias.
¿Qué se yo de romance? Sólo sé escribir.
De todas maneras, todo esto es para decirte: me pongo contenta cuando llegás.
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